Testimonio de Berta Brusilovsky- Filer

Antes de presentar el testimonio, quiero destacar el importante aporte de Berta a nuestro espacio, ya que su punto de vista y su "situacionalidad" son singulares. Se trata de una mujer que frente a las diversas salidas laborales como arquitecta que se le ofrecen, en un momento de su vida opta por 'habitar solidariamente el mundo'. En su libro Crónicas de viajes en clave de solidaridad (2007), del que citamos algunos pasajes a continuación, Berta deja constancia de sus intensas experiencias.

Datos biográficos

Berta Brusilovsky Filer, arquitecta, nacida en la República Argentina, desarrolló su labor profesional como arquitecta en España (1971 a 1999), donde reside desde el año 1967. Tiene título de arquitecta por la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires y de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Escuela Politécnica de Madrid. Es Técnico Urbanista por el Instituto de Estudios de Administración Local (hoy INAP).

Desde el año 1998 hasta finales del año 2004, fue Voluntaria del Programa de Voluntarios de Naciones Unidas. Trabajó en proyectos en Honduras (en el proyecto de la cooperación sueca, ASDI), en Costa Rica (Proyecto Triángulo de Solidaridad) y finalmente en Ecuador. En este último país, coordinó el Proyecto Ciudades Solidarias, Apoyo al Voluntariado en las Ciudades en Esmeraldas y fue Asesora Principal de la sede del proyecto internacional Ciudades Solidarias, Apoyo al Voluntariado en las Ciudades para Ecuador, Yemen y Jamaica.

También colaboró con proyectos de Voluntarios en Guatemala y desarrolló propuestas para la frontera Nicaragua - Costa Rica. Tuvo la oportunidad de estar presente en varios eventos celebrados en Chile, Bolivia, Guatemala y Panamá. Trabajó con Arquitectos Sin Fronteras – España - en sus proyectos de República Dominicana.

Desde 2005, es miembro fundador de la ONGD Acción para el Desarrollo y la Igualdad, organización desde la cual trabaja en proyectos de desarrollo para Bolivia, Ecuador, Guatemala, Honduras, R. Argentina, R. Dominicana.



Texto del libro: Crónicas de viajes en clave de solidaridad (2007). Madrid: Nuevos escritores.( p. 18-32, 159-162 ).

PARA COMPRENDER

Este extracto con el que comienzo, pertenece al informe “Pagar el precio” que presentó Oxfam Internacional[1] (Intermón Oxfam en España) y denuncia la falta de cumplimiento por parte de los países más ricos de los compromisos adquiridos en el año 2000, en el que 189 países se comprometieron en la Asamblea de las Naciones Unidas a reducir a la mitad, en el 2015, el número de personas que viven en la extrema pobreza (menos de 1 dólar al día). Para ello, los países adoptaron un paquete de medidas conocidas como Objetivos de Desarrollo del Milenio, cuyo primer objetivo (conseguir el acceso universal para las niñas a la educación primaria y secundaria en 2005) está aún muy lejos de ser alcanzado, por ejemplo en América pero en especial, en África.

“A tan sólo tres semanas para el inicio de la cuenta atrás, todo apunta a que se han desperdiciado cinco años imprescindibles para conseguir reducir la pobreza en el mundo. Si los países más ricos no cambian la tendencia actual y se comprometen urgentemente a incrementar la ayuda al desarrollo, cancelar la deuda externa de los países más pobres y a implantar reglas comerciales más justas, las consecuencias para los países menos avanzados serán devastadoras”, dijeron los responsables de la campaña de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de Intermón Oxfam

He elegido esta declaración como comienzo, ya que los acontecimientos, experiencias, imágenes y sueños que se describen a lo largo de esta páginas tienen como telón de fondo las desigualdades de este mundo, las fortalezas para hacerlo mejor y las pequeñeces que siendo minúsculos acontecimientos permiten, que poco a poco pero sin interrupción, personas como yo y cualquiera de vosotros, lectores, se vayan apropiando de un mundo que parece que solo pertenece a los grandes y dominadores, políticos y jefes, héroes y vanidosos del poder. O para decirlo de otro modo, a las culturas dominantes y sus representantes – ya sean personas, grupos u organizaciones – que desde el manejo histórico del inconsciente colectivo parecen controlar sus beneficios políticos, económicos y sobre todo, personales.

Cuando decidí escribir un texto “guía” para que otras compañeras y compañeros siguieran un camino algo mas fácil del que a mí me toco recorrer, pensé que lo mejor era hacerlo fríamente, con datos estadísticos y un conjunto de metodologías apropiadas para asumir tareas de cooperación. Pero luego reflexioné acerca de lo bien que me hubiera venido en mis comienzos e incluso a lo largo de los seis años dedicados a estas tareas, si alguien me hubiera contado sus experiencias para avanzar, con mayor seguridad ante todo tipo de acontecimientos, que a mi me fueron sucediendo.

Es muy probable que ninguna experiencia ajena se pueda comparar con la propia. Sin embargo, creo que podría serle útil a muchos el poder recorrer, aunque sea con una rápida mirada, crónicas de viajes y aventuras ajenas, sabiendo que las propias, también pueden entrar en ese capítulo de la historia “sin importancia” de quienes quieren colaborar para hacer del nuestro, un mundo mejor. Por supuesto, una ambición altruista y demasiado grande para mujeres y hombres solos en tiempos como los que corren. Pero sin estas ambiciones ¿seria posible que tantas personas formen parte de estos ejércitos de solidarios sin más mochila que su voluntad y sus fuerzas personales?

Cuento por eso mis experiencias y aquellos acontecimientos que las indujeron. Pero también es importante lo que hay detrás de la realidad, aquello intangible, que como los sueños que tuve en épocas de mucha actividad afectiva, fueron apareciendo inducidos por algunas de esas experiencias. Tal vez las más fuertes y que por eso, dejaron su sello en imágenes, casi reales en mi subconsciente, fueron luego, convertidos en relatos. Esos sueños ¿mecanismos de defensa? que pertenecen no solo al subconsciente personal sino al inconsciente colectivo, que se forjan sobre los papeles - personajes que existen fuera del tiempo – que son parte de nosotros mismos, que creemos que queremos, o debemos protagonizar, no siempre por nosotros, sino por exigencias de “los otros”: hermanos, padres, maestros, jefes o cualquier figura que haya cumplido funciones determinantes y dominantes, en la vida de cada uno.


ACCIONES Y REACCIONES SOLIDARIAS

Como en un documental, he querido dejar las imágenes, que a lo largo y ancho de paisajes naturales, pero especialmente, humanos, se acumularon con el paso del tiempo y de los acontecimientos. Experiencias que pasaron sin pausa y sin tregua por la vida compartida con aquellos que me acompañaron durante ocho años.

Acontecimientos cuya razón de ser fueron procesos, forjados en contactos personales, en proyectos y sus resultados, con sus éxitos y sus fracasos.. También influyeron circunstancias y sucesos acontecidos durante ese lapso de tiempo, viajes al pasado en un presente que tiene mucho de no haber cambiado, y búsqueda de un futuro, que no se ve a corto plazo ni muy prometedor ni muy claro.

Para dar unidad narrativa, el hilo conductor de las experiencias que relato, es temporal y geográfico en la primera parte, y conceptual en la segunda. Pero su contenido se hace uniforme a través de las acciones tanto personales como profesionales y colectivas en las que he participado o con las que he convivido. Pero como tanto científicos como filósofos y políticos dicen que a toda acción corresponde una reacción, son ese par de fuerzas contrarias las que actúan de nexo de hechos y sucesos.

Con acciones y reacciones, no siempre expresadas explícitamente, pero que están en el trasfondo de los acontecimientos, pretendo encontrar la unidad en la variedad de situaciones, personas, casos y expresiones. Son textos y contextos, protagonistas y actores secundarios, que expresan su solidaridad colectiva a través de una realidad, que habla con voz propia. Y reunidos, a lo largo del texto, expresan la mecánica de unos actos que suceden más allá de la voluntad de sus protagonistas, enfrentándolos muchas veces, con situaciones que no siempre pueden analizar, o ser proyectadas más allá del espacio y el tiempo que ocupa el escenario de los acontecimientos.

Acciones y reacciones con sus circunstancias, son los espectáculos que mueven al mundo y provocan cambios, a veces esperados otras impensados. Reunidos estos como reseñas, podrían encontrar aquí las hipótesis y los argumentos que explicarían el porqué concuerdan ciertas reacciones o presiones individuales y colectivas, con determinadas acciones ejecutadas, olvidadas o voluntariamente omitidas. Descubriendo siempre, en el trasfondo de los sucesos, poderes manifiestos u ocultos que son motivos suficientes para que sucedan, historia tras historia, unos acontecimientos sociales.

El resto de contenidos que acompaña al texto, son sentimientos, acontecimientos, importantes también, porque a través de ellos han terminado filtrándose las imágenes de la memoria personal y colectiva, para hacer más comprensible y cercana su lectura. Lectura que refleja donde me encontré en cada momento y durante los seis años que muy rápido, se sucedieron uno tras otro. En una vorágine de acontecimientos, acciones y reacciones, personales y sociales, que gracias al recuerdo, a estos textos y a lecturas paralelas, tomé conciencia de su riqueza. Estas lecturas paralelas que quedan como huellas implícitas o explicitas, son la relación íntertextual que relaciona éste con otros textos. Por eso a veces palabras y contenidos textuales traen la originalidad que otro autor supo darle y que en este contexto son utilizados como referencia y una forma de filiación de quien esto escribe a unas ideas y pensamientos de otros que no niego, por el contrario, parece honesto reconocerlo.

Muchas de estas experiencias han sido el resultado de una complementariedad de tareas entre personas, grupos y comunidades locales en países donde se desarrollan propuestas. Otras son verdaderos sucesos que pueden compartir aquí, por derecho, un espacio

VIDAS PARALELAS, PODER Y NO PODER

Antes de comenzar con las aventuras, retrocederé hasta el lugar – o la acción - identificado como el que desencadenó esta “furia” por demostrarme a mí misma y a los demás que el mundo sí puede cambiarse sencillamente, por pequeñas raciones – reacciones - pero con resultados – reacciones - en algunos casos ambiciosos.

Los acontecimientos de la vida cotidiana y no tan cotidiana, no acontecen porque si. Se producen debido a que alguien los provoca con su devenir y con su forma de enfrentarse con los otros.. Por eso, deberíamos evitar el decir que “la culpa la tienen los otros”. Casi siempre nuestras acciones forman parte de un complejo entramado de circunstancias que definen acontecimientos y procesos. Porque lo que a mi me pasó antes de comenzar esa etapa de aventuras solidarias fue algo parecido a lo que le ocurre a los países y sociedades en desarrollo, que generan grandes recursos para que los beneficios sean de otros. Lo que a mi me sucedió[2], en pequeña o gran escala le sucede todos los días a esos países en que aparece como por arte de magia, “un gran aprovechador” de sus recursos. Sin saber cómo, terminan muchas veces apropiándose del producto de los menos fuertes - aunque no los más débiles -, utilizando algunas veces palabras convincentes y muchas veces, por que lo tienen, el poder para hacerlo.

Fue realmente esto lo que medio el espaldarazo, lo que me decidió iniciar una búsqueda de vidas paralelas, de gentes que con su trabajo, aseguran permanentemente beneficios, para sí mismos y tantas veces, más de lo deseable, para otros. Y un pensamiento rondaba mi cabeza: si puedes conseguir superar esta fase de tu vida, porque ellos no van a poder hacer lo mismo...Demostremos a los “poderosos” que no es tan fácil vencernos..... Porque “poder” es resultado de quienes lideran procesos de apropiación frente a quienes lideran por y para el beneficio común, en momentos e historias por todos compartidas.

Y así, sin más, me lancé a buscar ese diálogo entre pares, entre aquellos que han pasado por experiencias similares - aun cuando ellos tal vez no las tuvieran identificadas como yo, y a pesar de que sus vidas estuvieran separadas de la mía por distancias geográficas, culturales y personales. Tal vez solo tuviéramos en común ser protagonistas de algunas historias, pero cuántas vidas son paralelas hasta que sin saberlo discurren por caminos que confluyen.. Por eso fue el momento decisivo para comenzar con mi nuevo cometido. Y es que los acontecimientos de nuestras vidas tienen mucho que ver con hechos que no se esperan, y se viven tal como suceden, nunca imaginados. Pero luego se reviven como imágenes que filmadas y guardadas en nuestra memoria algo las desempolva para mostrarlas tal como sucedieron.

Incapaz de rechazar desafíos, o de amilanarme ante provocaciones, son estas precisamente las que me hacen renacer, como al ave fénix de sus cenizas. Aunque la realidad con su virulencia se imponga a los soñadores - y yo lo soy - de ese primer suceso “que me retó”a buscar otras ideas propias y otros actores para compartirlas - y posteriormente de situaciones conflictivas - resultaron los proyectos más importantes y que con mayor ímpetu enfrenté durante estos años. Los momentos de stress y actividad, son provechosos y fructíferos: es cuando todas las células cerebrales se ponen a punto para enfrentar cuerpo y mente ante nuevas hipótesis de trabajo y a los retos del conocimiento.

Y participar de experiencias ajenas, era un reto y un privilegio. Y un privilegio también es haber elegido este camino, ruta no marcada por circunstancias geográficas, personales, sociales o culturales. ya que nadie, me obligó a pasar ese escalón de la comodidad a la incomodidad o a la intranquilidad, que siempre da, lo que es aun desconocido. Así, sin más maletas que mi entusiasmo, dejé las comodidades cotidianas, para emprender ese viaje hacia un futuro común y compartido con los objetivos y las metas de otros.

Metas que deben tener por encima de todo, unos principios fundados en la honestidad la solidaridad y en el deseo de cambio. Me parece oportuno compartir aquí, una información casual, de un programa de TV. La noticia, versaba sobre de la instalación de redes de Internet sin hilos en varias aldeas rurales de la India con gran éxito de uso por los jóvenes, chicas y chicos de esas aldeas alejadas de las urbes. Porque esto me recordó las fuertes discusiones sobre “principios del desarrollo”, que se concretaban en cuales eran los proyectos “buenos y ordenados” para las comunidades pobres y los proyectos “no buenos” para esas mismas comunidades. - como la instalación de recursos que requieren mantenimiento, como el mantenimiento de la tecnología de los ordenadores, tinta de las impresoras colocando ciber cafés en aldeas como en la India - O ciertos juguetes mecánicos que podrían servir para hacer proyectos de educación vial para los chicos de zonas rurales, que cuando llegan a las ciudades, desde sus aldeas, se enfrentan con un verdadero conflicto porque nadie les ha contado o mostrado, de qué forma se deben enfrentar a estas situaciones de caos y stress urbano.

Y por eso aún sigo y seguiré preguntándome cuales son los principios que deben prevalecer en estas ocasiones en que se discute “qué debe y qué no debe” hacerse en países donde hay pobreza y escasez de recursos. Cuando se rechaza algo por que “es caro”(objetos) o porque “no va a ser aprovechado”(educación y capacitación), se podría estar negando el acceso a la felicidad y al progreso a quien se lo niega? Y utilizo en este caso “felicidad”, porque es una palabra que como desarrollo o derecho está apareciendo en las Constituciones de los países más ricos. Con esta concepción de los pobres y los ricos, no estamos negando también a una parte de ellos, el derecho a la felicidad? Si es así, deduzco que hay personas a las que otras por sus principios, le van a negar el acceso a todo tipo de objeto o educación que no sea de básica necesidad. Y habrá siempre otros, a los que les sobrarán recursos para tener varios objetos de lo mismo (juguetes, ordenadores) o niveles de educación especializada (Maestrías, PHD, Doctorados, etc.)

Así se escriben también las diferencias en realidades y sueños, y son responsables quienes creen que el concepto de la felicidad es diferente de un mundo a otro. O hay un mundo feliz y otro que no puede ni siquiera, tener imaginación o sueños de felicidad. Pero más triste es aún, si quienes escriben estas diferencias son las responsables de coordinar los proyectos, o son los que se niegan a recibir lo que estaba destinado a esos grupos, porque uno, escaso, es el mundo de los pobres y otro, distinto y abundante, el mundo de los ricos.

LA GEOGRAFÍA DE LAS EXPERIENCIAS

La geografía de las experiencias es la clave para llegar a apreciar las diferencias entre espacios y las circunstancias que me llevaron de aquí para allí, con las culturas que he compartido, de su riqueza ancestral ya que se trata en todos los casos de países con experiencias propias multilaterales y multiculturales.

Este es el lugar de los contrastes. No hay historias iguales, ni paisajes que puedan compararse, aunque sean parecidos. No hay tampoco personas que puedan ponerse frente a un espejo para reflejar similitudes. Todas las escenas que aparecen tienen contrastes, que paso a paso, fueron hilvanando esas historias de momentos distintos y de distintos seres, aunque en la variedad, una permanencia, la de mi presencia da estabilidad a los cambios y diferencias. Para qué, además, buscar comparaciones, si lo más excitante es vivir distinto, y sin notar que el tiempo recorre días, semanas y meses. Y también países, donde los contrastes son lo que recuerdo, ya que lo igual, lo he unido a mis experiencias y me lo he apropiado, por eso no lo distingo como ajeno.

Contrastes de palabras, que en cada país significan los mismo o distinto. A veces hay que tener cuidado de no decir palabras de las cuales tengas luego que arrepentirte o enrojecer. Para palabras originales, las cabinas traseras de las pick up (la picú), se llaman pailas en Honduras, como si de vasijas para el agua se tratara. Y cuidado con la palabra pisar que mejor no decirla en voz alta por estas tierras. Y otras como los nombres de las frutas que en cada geografía cambian tanto de nombre como de gusto y sabor. Y perdonen el atrevimiento y el cambio de geografía, y que me vaya a otro extremo del planeta. Pero la palabra comer en Jemere, idioma que hablan los camboyanos, –que Ángeles me pasó después de su experiencia en ese país - es muy simpática, ya que es ñam, igual a la que dicen los niños cuando tienen hambre: ñam, ñam. Tendrá algo que ver el Jemere con esa palabra y su gesto, el que hacen los pequeños cuando piden comida, llevándose la mano a la boca? Niños y niñas que llaman las y los güilas en Costa Rica. Como veis, allí no hacen distinción de género.

Contrastes de gentes que de un país a otro, cambian de idioma o color, de costumbres y culturas, de religión y de deidades. Pero en esta variedad, si distingo una constante, porque si hay algo permanente e inmanente es la mirada de todos, que más allá de las diferencias, dice que iguales son sus necesidades, sus valores y sus derechos, aunque vivan más allá de los caminos, donde llegar se hace cada vez más difícil y lejano.

Contrastes de acciones y reacciones frente al trabajo y la colaboración externa. Hubo personas que juntos y en equipo, demostraron que lo principal, era su gente, que cuanto más reforzáramos nuestra cooperación, más interesantes iban a ser el impacto, en materia de resultados, esfuerzos y continuidad de la experiencia. Como las gentes de Esmeraldas, verdadero ejemplo de esfuerzo compartido, imaginación y camaradería, acciones y reacciones solidarias. A pesar de que durante los primeros tiempos hubo los necesarios enfrentamientos de protagonistas y sus personalidades, para acomodar métodos y tiempos, que con afecto y reconocimiento se limaron hasta convertirlos en amistad, afecto y sobre todo, impactos positivos para gentes y comunidades.

1999-2000

El Mitch fue la primera experiencia a finales del año 1998. Llegué a Honduras con un país destruido casi sin remedio y con gentes mirando el vacío donde antes se levantaban sus casas, sus escuelas, sus hospitales y sus espacios de vida cotidiana. Media ciudad, destruida y la otra mitad de espaldas al siniestro. No se puede desde esta distancia hacer críticas, ya que los que llegamos lo hicimos por deseo de colaborar. Pero sorprende bastante la forma en que los habitantes más potentes de estos países dan las espalda a los sucesos terribles que acogen a sus conciudadanos. Son los jóvenes los que se vuelcan a prestar ayuda, sin que les preocupen peligros y el propio siniestro. Pero no recuerdo ninguna contribución rápida de los más poderosos, de los más ricos, de los más fuertes, casi todos ellos viviendo en alturas seguras y en espacios casi perfectos a pesar de los huracanes y circunstancias adversas.

Una de las fotos que tomé de Tegucigalpa antes de partir a finales del año 1999, fue junto a una querida amiga que aun conservo después de tantos años, el borde de aquello que fue ciudad y que quedó completamente descarnado por las aguas que lo arrasaron todo.

2000-2002

Costa Rica es un espacio complejo en la región, si llegas pensando en que vas a trabajar para enfrentarte con la pobreza y las desigualdades. Los pobres donde están? Sí. Están en zonas muy concretas y en espacios urbanos marginales, pero la pobreza que se extiende por los vecinos países que posteriormente tuve la oportunidad de visitar, Nicaragua, Guatemala, desde luego no es ni la misma, ni se puede remotamente comparar. Este país ha gozado de circunstancias beneficiosas, debido probablemente a su situación estratégica entre Nicaragua, El Salvador y Guatemala y ha gozado por esto y por algunos de sus políticos claros, (que desarmaron el ejército nacional en el año 1949) de una paz que le ha permitido crecer, desarrollarse equilibradamente, crear universidades y escuelas donde la educación llega a toda la población y establecer un proceso estratégico para su desarrollo basado en el turismo ecológico, con sus más de 100 espacios protegidos, cuidados, verdes y exuberantes.

Mi misión era coordinar el trabajo de jóvenes voluntarios trabajando en el Triángulo de Solidaridad, un proyecto del gobierno con el que se pretendía llegar a todos los rincones más necesitados del país, con proyectos y soluciones compartidas en un triángulo: Estado y socios estratégicos, Municipio, Comunidad.

Tuve también la suerte de poder participar en las fases previas del Plan Nacional de Ordenación que además de permitirme conocer a más de 100 excelentes profesionales, me facilitó el camino para conocer, hasta sus más profundas entrañas, al pequeño gran país, a sus habitantes y a sus bellezas naturales..

Nicaragua. Nunca antes de mi misión en Costa Rica había pisado suelo nicaragüense. La oportunidad vino de la mano de una propuesta de proyecto binacional que se gestionaba en UNDP, entre Costa Rica y Nicaragua, y aprovechando vínculos ya establecidos, tuve dos excelentes ocasiones para conocerla. La primera como parte del proyecto binacional en un viaje a León. La segunda, para plantear una propuesta entre mujeres de ambos países, que lamentablemente (desconozco los motivos institucionales) no pudo salir adelante. Cumpliendo con la promesa que me había hecho antes, de visitar Granada.

Guatemala, diciembre de 2001. También tuve la oportunidad de trabajar en Guatemala, para compartir con algunos de mis compañeros el monitoreo de un proyecto de más de 30 voluntarios universitarios que acogidos en varios municipios daban apoyo técnico con su trabajo. Complementariamente desarrollaban una experiencia práctica para la escritura de sus tesis de grado como estudiantes de los últimos cursos de la Universidad San Carlos de Guatemala.

2002-2004

Estos años fueron tal vez los más intensos en experiencias y en materiales recogidos por mi memoria, personal y colectiva. Tal vez porque fue el proyecto más directamente trabajado por mi y por el equipo que en Esmeraldas coordinaba en nombre del Voluntariado de las Naciones Unidas[3]. Esta experiencia es muy profunda y contrasta con las anteriores, en las que formaba parte de un proyecto con estructura y recursos, donde había coordinadores externos, y logística suficiente (vehículos, conductores, dinero, etc.). La inmersión en este proyecto es, probablemente, lo que me permitió salir airosa de las muchas circunstancias adversas emanadas de las propias características de un proyecto que con escasos recursos iniciales, debía promover “buenas prácticas o proyectos demostrativos” con voluntariado urbano, con el apoyo logístico municipal y los recursos que se pudieran conseguir gracias a las gestiones de cada uno de los que participábamos en el equipo, incluido el municipio (no siempre posible, dada su vacío financiero y aunque siempre bien dispuesto a apoyar).

Pero con ganas, fuerza y con energía salimos adelante y logramos, entre todos, que se desarrollaran tantos proyectos que ni siquiera nosotros mismos llegábamos a creerlo[4]. Y probablemente debido a este gran esfuerzo, surgieron desde ahí, muchos de los cuentos que se desarrollan más adelante.

Agosto del 2003, viaje a Jamaica. Este viaje fue parte del trabajo que me correspondía como asesora de la oficina global de SICV, ya que nuestro proyecto se desarrollaba también en Jamaica y como veréis un poco más adelante en el Yemen. Jamaica es una pequeña isla, que para muchos es turismo y para los de adentro es supervivencia. Cuando los países ricos envían grupos a estas zonas de la tierra, que están llenas de riqueza natral, de pobreza en sus habitantes y de hoteles de lujo que no reflejan nunca la realidad de cada país, estamos compartiendo con mucha suerte por nuestro lado, con un tiempo histórico muy distinto. El de personas al que apenas les alcanza el día a día para sobrevivir y llegan al día siguiente para recomenzar con esta forma tan poco sostenible de supervivencia, y que sin embargo, siguen generación tras generación sin aparentes sorpresas ni demasiados avances en sus formas de enfrentarse con las mutaciones del mundo que los rodea (aviones llenos de turistas que se descuelgan año a año por sus playas y hoteles).

Octubre - Noviembre de 2003. Viaje a Bolivia para trabajar en el Módulo de Capacitación para Jóvenes Voluntarios. La experiencia trascendió al trabajo ya que poco después de llegar al país, precisamente a El Alto, donde se encuentra el aeropuerto de La Paz, a casi 4000 metros de altura, estalló la rebelión provocada por una situación política y unas condiciones sociales históricamente insostenibles en ese país. Convivimos con la muerte a nuestro alrededor, sin que nadie se levantara durante muchas horas para defender a los que con razón, reivindicaban la propiedad de sus recursos energéticos, siempre intermediados por otros, aquellos denominados los poderosos. Esa experiencia fue enriquecida por muchos amigos que se crearon en unas condiciones casi de encierro. Lo más complejo y profundo, fue compartir la experiencia de las adopciones de Bolivia, un tema que nunca podré superar aun cuando los niños que salían en brazos de las parejas y familias europeas, parecían muy sanos, lustrosos y realmente felices.

Junio del 2004, viaje al Yemen. Igual que en el caso de Jamaica, el Yemen fue parte de la experiencia del mismo proyecto. Y fue profunda y muy distinta a las anteriores. Cada uno de nosotros, inevitablemente tiene sus características culturales asumidas, y aun cuando hayas leído y te hayas apropiado de las formas ajenas y lejanas, el encuentro con éstas, tan diferentes es un salto no solo en el espacio, sino, especialmente en el tiempo. Llegar al Yemen en la noche sin visado ya fue toda una odisea. Pero finalmente pude salir de Quito con retraso pero con las ganas de identificarme, hasta donde me lo permitiera razonamiento y sentimiento, con gentes y lugares.

Diciembre 2005 – julio 2006, República Dominicana. Este país, caliente por caribeño, ha sido la experiencia que me faltaba para saber que la gente en su vivencia cotidiana siempre busca más allá de un horizonte conocido. Por eso saber que no puedes ir más allá de tu calle o de tu plaza es igual que estar en una jaula, que no siempre es de oro. Y es motivo también, de vida o de muerte, de gentes de muchas tierras si intentan saltar la valla o, como en este caso, pasar un mar que no por caliente deja de ser bravío.

Otros espacios geográficos en Latinoamérica. Menos importantes, por su contenido académico, logístico o personal, son las visitas a Chile, Perú y Bolivia para representar al proyecto o para dar capacitaciones a las instituciones interesadas en reproducir la experiencia que veníamos desarrollando en Ecuador. Pero sirvieron para conocer gentes y experiencias, que agradezco haber encontrado, verdaderas luchas por el cambio, que sin ellos y sus ideales, nunca hubiera llegado a revelarse.

¿Cuántas personas me escriben desde estos países y recorridos? A veces recibo mensajes que ni recuerdo de qué rincones son y eso me parece maravilloso, conservar a mis amigos después de tantos años y kilómetros avanzados. No se trata solo de la satisfacción de comunicarme con personas que me recuerdan buenos momentos, es que los buenos momentos retornan una y otra vez a través de sus palabras, de gestos recordados, de frases ya olvidadas. Hay una canción que dice “partir es morir un poco”. Para mí, no es así, partir es ganar un mundo de espacios lejanos, un mundo de recuerdos personales, de afectos reencontrados cada día que releo estas palabras que escribo. En las que influyeron tierras y personas, climas y ambientes, pero hay algunas, las que relato, que la memoria no ha abandonado al olvido. Serán las más importantes, serán las más entrañables. O serán las que me permite la capacidad de almacenaje que mi mente y mi cuerpo han desarrollado para dar lugar a tanta variedad de experiencias vividas.





































EPÍLOGO

Regresé de Ecuador a España hacia finales del año 2004. Una ONG solicitaba un arquitecto/a voluntario/a para ejecutar trabajos en un país de Asia y envié mi currículum vitae. La respuesta de la persona con la que tuve el primer contacto fue que si bien mis antecedentes eran muy interesantes mi perfil no se adaptaba, ya que era muy alto para el puesto: una ONG pequeña, con proyectos de muy bajo costo, autogestionados, etc. Y que las misiones en las que yo había participado tenían un perfil demasiado alto, tanto de presupuesto como de logística y de contexto institucional. Eso fue por lo menos lo que deduje de sus palabras, que no repito textualmente.

Me sorprendió esa respuesta ya que no había pensado en eso del perfil del voluntario o cooperante por la misión cumplida, o la organización a la que se ha pertenecido. Siempre había pensado que un perfil profesional determinado era más importante que tus antecedentes institucionales o el presupuesto de los proyectos que habías ejecutado.

Lo curioso, es que estas frases dichas con buena voluntad, aunque con desconocimiento, y por la que resultó posteriormente una buena amiga, se hayan repetido en más de una ocasión. Aunque no se pueda generalizar, tengo varios casos bastante ejemplificadores de cómo las organizaciones utilizan voluntarios para reforzar recursos de bajo perfil y los de alto, mi caso, deben “resignarse” a trabajar por contrato y con remuneración, o bien, en aquellas organizaciones que no teman que la competencia entre los voluntarios que no están remunerados o reciben menos, y sus especialistas que cobran más, deje en peor lugar a estos últimos que a los primeros.

Pero salvando distancias, esto fue lo que me hizo pensar en los diferentes trajes que usan los que salen de su país para desarrollar trabajos y misiones cortas o largas, voluntarios, cooperantes, consultores) desde el traje oscuro con corbata hasta los trajes más duros de fajina. Y es que efectivamente hay los que llevan traje oscuro, que ocupan puestos en organizaciones internacionales, que son Ofíciales de Programa y que se sientan detrás de una mesa llena de papeles e informes. Y otros que se manchan las manos, y rompen su traje de fajina, haciendo la mezcla para construir una vivienda rural, mueren en las misiones humanitarias y vuelan en helicópteros bajo el fuego cruzado, como le sucedió a mis amigos que acudieron en el año 1999 a las elecciones de Tímor Oriental.

Estos trajes, implican también tratamientos, expectativas y remuneraciones, cuando las hay, muy distintas. Objetivos distintos? Probablemente también y experiencias personales distintas. Las experiencias con traje de fajina son por lo general, muy ricas, en situaciones complejas y a veces peligrosas. Pero su resultado será siempre positivo, a pesar de su carga y complejidad. Y la memoria de ese voluntario estará cargada para siempre de las experiencias vividas en el campo de batalla, ya sea la batalla social, política o bajo un fuego real.

Los de corbata, ascienden muchas veces, aunque no se pueda generalizar ni garantizar, a consultores por su propia gracia o por la gracia de muchos de sus jefes. Y otros - los que por diferentes razones personales y familiares, son elegidos por estar muy cercanos a altos responsables de las instituciones donantes o a las que pertenecen - dan con esto fe de que la solidaridad internacional, aun tiene muchas sombras que apartar y que no por ser voluntario ya has demostrado que eres una persona solidaria o que has pasado la frontera de lo que te van a exigir cuando llegues - tal vez tú lo crees así - al Purgatorio de Dante. Y con ese trabajo de voluntario, te vas a limpiar por completo, de los siete pecados capitales y terrenales[5] de los que se abusa y acusa, especialmente, a los países desarrollados. Donde lo que sobra sería más que suficiente para ayudar a salir adelante a muchos de los países en desarrollo a los que se acude en ayuda de comunidades y organizaciones locales.

Estas imágenes no deben asustar a nadie que quiera ponerse el traje que le toque en suerte. Es potestad de cada uno ponerse o quitarse lo que le entregan. Si te entregan un traje oscuro, puedes cambiarlo por uno de fajina, ya que en los espacios en los que el voluntario por lo general actúa, siempre existen lugares donde no se puede acudir ni con corbata ni con zapatos femeninos. Las botas, los chubasqueros y los pantalones vaqueros son la mejor compañía en la mochila de cualquiera aunque luego le agregues tus implementos de limpieza y de arreglo personal además del kit de medicinas y pastillas para los dolores de cabeza y la diarrea.

Y debería agradecer desde aquí a quien me facilitó estas ideas, con sus comentarios algunos oportunos, aunque es mi opinión que nadie debería quedar fuera de ninguna misión para la que está preparado, y así lo ha demostrado, por razones que no sean de índole profesional o en algún caso, muy personal.

Tal vez es por la variedad de trajes experimentados, que a mi regreso de los seis años cambiaran mis gustos por la ropa, muestrario que no siempre demuestra el poder adquisitivo de quien la lleva puesta. Nunca fui muy exigente para el vestido, pero si me gustaba llevar de esa ropa que en el extranjero, llaman “española” : dicen por ahí que las españolas son elegantes. Desde mi regreso, me pongo ropa muy sencilla y sin pretensiones, es como si al cuerpo se me hubieran pegado la falta de todo que tienen algunos y hubiera expulsado el exceso que tienen otros. Parecería que mi cuerpo no tolera los gustos que van más allá de lo necesario, para no pasar frío en invierno y estar cómoda en verano. Reconozco en mi persona en este momento, que los trajes de voluntario más cómodos, son aquellos que te permiten acercarte a alguien sin que esa persona establezca diferencias entre tú y él. Entre sus necesidades, sus gustos, sus posibilidades y las tuyas. Los trajes de voluntario no deberían mostrar diferencias, sino igualdades. Ya que es voluntario, quien piensa y siente que es igual al que tiene enfrente, que está junto a él o ella, y por eso se acompañan para hacer juntos lo que separados no es posible. Igualdad, comodidad, limpieza a pesar de calores y tormentas. Ese es el traje con el que regresas, puesto para siempre y que será tu ropa preferida pasen los tiempos que pasen, aunque hayas regresado y ya no vuelvas a repetir la experiencia.


[1] Página web de: Intermon-Oxfam. Marta Arias, responsable de la campaña de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Marisa Kohan, gabinete de prensa.
[2] Y que dio origen a la alegoría del árbol con que comienzo este texto.
[3] Ciudades Solidarias, Apoyo al Voluntariado en las Ciudades.
[4] Ver dossier y fotos al final del libro
[5] De La Divina Comedia de Dante Alighieri, soberbia, envidia, ira, pereza, avaricia, gula y lujuria.

La escritura del desplazamiento y la ilusion, Sylvia Molloy

Mucho quisiera que estuvieses aquí. Quisiera que me mostraras las cosas, las vería mejor contigo. Temo verlas de pasada, o al revés. Porque, entre otros méritos, tú sabes hacer ver. Roger Caillois, Carta a Victoria Ocampo


Todo viaje es, en principio, dislocación, exilio, desplazamiento. Se deja un lugar conocido, seguro, para entrar en un lugar nuevo, acaso a la larga decepcionante (se espera demasiado de él), pero, en el momento en que se emprende el viaje, tentador. Ese lugar otro, que se concibe espacialmente, está también marcado por un tiempo distinto: otro ritmo afecta al viajero durante el desplazamiento, lo descoloca, lo desorienta, y esa desorientación persiste aun después de concluido el viaje. No sólo vuelve distinto el que se ha ido, vuelve a un espacio y a un tiempo distintos, ya que el viaje nos hace ver el lugar al que volvemos, y que creíamos permanentemente igual a sí mismo, con otros ojos.
Como todo género que se quiere referencial -es decir que convence al lector de que lo que lee es la transposición "directa" de una supuesta realidad-, el relato de viaje trabaja con una quimera, la de simular su inmediatez. El viajero nos "hace ver", nos interpela, nos invita a compartir experiencias, solicita nuestra identificación. Lo que le ha pasado a él puede pasarnos a nosotros, o más bien, nos está pasando a nosotros . "Póngase V. conmigo a bordo de la Rose , que ya vamos llegando a Francia", escribía Sarmiento en su viaje a Europa. El yo itinerante acude al lector cómplice, el que "viaja" con él y reconoce aquello que describe, es decir, sabe "ver junto" con él. Esa segunda persona a la que se dirige el yo viajero es, habitualmente, el que se queda atrás, el que no tiene acceso a la novedad que percibe el viajero salvo por intermedio de lo que éste le escribe. Esa segunda persona sedentaria, figura de autoridad en las empresas colonizadoras (así el soberano en las crónicas de la conquista), pasa a ser, en la modernidad, persona colectiva: es la comunidad de los que no han viajado y que buscan, en relatos de viaje publicados a menudo como crónicas periodísticas, lo nuevo, la noticia, y el placer vicario del "como si".
Lo antedicho es típico, en general, del relato de viaje y de quien lo escribe. Y como toda generalidad, tiene sus notables excepciones. Advertí esto al pensar en Victoria Ocampo, al querer determinar qué caracterizaba sus viajes, al darme cuenta de cómo, a menudo, sus escritos cuestionaban la modalidad habitual del género. Victoria, podría decirse, viaja de otra manera. Elucidar esa diferencia es el propósito de las páginas que siguen.
La función pedagógica que cumple el texto de viaje es necesariamente una función informativa, documental. Al lector/interlocutor se le enseña a conocer el lugar, la ciudad, a entender el encuentro, el evento narrado. Pero en Ocampo hay poca descripción del lugar en sí, pocas indicaciones espaciales, poco paisajismo. Sus relatos de viaje son, en general, curiosamente estáticos: se describe menos el traslado que el estar allí . Declarándose inepta para tomar notas, escribe: "[U]na fatalidad parece perseguirme. Jamás he apuntado en ellas nada utilizable o interesante. En cuanto no me dirijo a alguien (como en las cartas), en cuanto no tengo mentalmente un interlocutor para contarle lo que veo, siento, observo, pienso, las palabras se me marchitan". De ahí que el relato de viaje se dé tan a menudo en Victoria Ocampo como carta, ya sea explícita o implícitamente. De ahí también que su pedagogía, si cabe el término, sea otra que la de muchos viajeros. No se propone compartir una mirada turística. Si bien se da a ver, procura, sobre todo, dar a pensar.
Victoria Ocampo lleva el viaje en la sangre. Desde los viajes políticos de sus antepasados hombres de Estado -como el bisabuelo Aguirre que viaja a Estados Unidos a pedir el reconocimiento de la nación independiente- hasta los viajes ilustrados o mundanos de los miembros de su clase, el viaje es parte de su herencia, una herencia de la que se hace cargo con creces, revitalizándola. La vida de Victoria Ocampo es una vida pautada por el desplazamiento entre lugares que pronto resultan familiares. Así los desplazamientos entre múltiples viviendas, múltiples hogares, la casona de la calle Viamonte, Villa Ocampo en San Isidro, la casa de Palermo Chico, la de Mar del Plata y, casi sin solución de continuidad, el Hotel Majestic de París, o el Meurice, o el apartamento de la rue Raynouard, o de la avenida Malakoff, o el Hotel de La Trémoille, o el Sherry Netherlands o el Waldorf Astoria en Nueva York; y, concomitantemente, los desplazamientos entre múltiples lenguas, literaturas, entre culturas. "La lectura es el viaje de los que no pueden tomar el tren", observa Francis de Croisset. En el caso de Victoria, podría decirse que la lectura es tomar el tren. Se pasa de un lugar a otro como se pasa de una lengua a otra, sin aparente esfuerzo: se está (o se cree estar) siempre at home , chez soi , en casa, y -sin que esto signifique contradicción- siempre a punto de partir: "El mundo entero es mi dominio y me siento en casa tanto en New York como en Londres. Necesito toda la tierra", escribe Ocampo en una carta inédita citada por Beatriz Sarlo. Si la ilusión del viajero baudelairiano era viajar "al fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo", los viajes de Ocampo son menos viajes de descubrimiento que de comprobación: esto que veo es (o no es) como me lo contaron, o como lo había imaginado a partir de mis lecturas. A pesar de no haber estado aquí nunca, conozco (o creo conocer) el lugar. Más que de relatos de viaje podría hablarse, dando un giro positivo al término que ella misma usa jocosamente, de "testimonios de desparramo".
Primeros viajes: Europa como lugar propio
El primer viaje que registra Ocampo en sus escritos, el primero de muchos, es el viaje de la familia a Europa en 1896, cuyos recuerdos anota, sabiamente descosidos, en El archipiélago . Podría objetarse que, en este caso, no es del todo exacto hablar de viaje, como acaso tampoco lo sería para referirse al siguiente, de 1908 a 1910. En ambas ocasiones la familia se desplaza a Europa, sí, pero menos con la intención de viajar que con la de quedarse por largo tiempo, uno o dos años. El viaje es más un paulatino traslado, un lento pasar de una existencia a otra, un acostumbrarse a un aquí sin desacostumbrarse del todo del allá.
Al hablar de ese primer viaje recalca Ocampo, en términos infantiles, esa voluntad de continuidad: "Vamos a irnos. Yo no quiero despedirme". Despedirse es reconocer una separación, aceptar la naturaleza traumática del inicio de todo viaje, y a Victoria no le gusta despedirse, marcar cortes. Lo mismo ocurre cuando regresa de ese viaje: en lugar de saludar a las tías queridas de quien, un año antes, no se había querido despedir, finge el hábito: "Me preguntan si estoy contenta de estar de vuelta. Contesto: ´¿Puedo tomar agua con panal?´ No se me han olvidado los panales blancos, con gusto a limón y azúcar". El traslado se ha efectuado con toda naturalidad y no hay extrañeza, se vuelve a la costumbre, tanto más entrañable cuanto trivial. O por lo menos así lo recuerda muchos años más tarde la adulta, quien presenta este primer viaje infantil como una fiesta perpetua. Cuando su madrina le pregunta qué quiere llevarse como recuerdo de París, contesta, con la naturaleza de una chica de 10 años, que quiere un anillo con rubí de Cartier o, en su defecto, una fotografía de la Place de la Concorde. And yet , and yet ... pese a que quiere recordar ese temprano traslado como un continuum , un detalle revela que sí hubo desencanto, por lo menos desajuste: la calle Florida, que recordaba ancha, es, en realidad, estrecha. El incidente permanece suficientemente grabado en la memoria de Ocampo para que vuelva a él, muchos años después, en una charla recogida en un testimonio tardío: "´¿Ésta es la calle Florida? Pero no era tan angosta antes´. Me contestaron que así de angosta había sido siempre. Por lo visto, mi cariño la había transformado en algo que podía competir con los Champs Elysées".
El segundo viaje a Europa de Ocampo es referido en las "Cartas a Delfina", dirigidas a Delfina Bunge, y el tenor es muy distinto. Explican en parte esa diferencia el momento de composición del texto y el cambio de destinatario. Si el viaje de 1896 consistía en recuerdos rescatados por una adulta, más de medio siglo más tarde, para un público amplio que lee su autobiografía, el viaje de 1908-1910 se registra en cartas a una interlocutora privilegiada, Delfina Bunge, la amiga querida que se ha quedado atrás en Buenos Aires y que también es la admirada "chica mayor" (y escritora en ciernes) a la que se quiere impresionar. La escritura es, como la de toda carta que narra un viaje, casi simultánea a la experiencia. El género epistolar plasma esa inmediatez, permite expresar una sentimentalidad -cariño, añoranza, tristeza- que no siempre aparece cuando se recurre a otro género. La nostalgia aparece como motor central de la escritura, se adivina incluso antes de que se inicie el viaje: "Tal vez hagamos un viaje a Europa en noviembre. París. [...] ¡Viajar! Ha de ser triste. Me encariño demasiado con lo que me rodea. [...] Creo que no se puede viajar sin pagar en moneda de nostalgias". Ese sentido de falta que no llega a llenar es el precio del viaje: "Me gusta París. Pero te escribo para hablarte de mi nostalgia de Buenos Aires". Si bien el viaje es aquí noticia, no recuerdo -se cuentan las nuevas actividades en París, los cursos en el Collège de France, los retratos que le hace Helleu, el viaje a Roma, la vacación en Escocia con los tíos Urquiza-, coexiste el descubrimiento del aquí con la conciencia de la falta del allá : "Ahora extraño el sol, el cielo de mi tierra. Por primera vez comprendo que la tierra donde hemos nacido nos tiene atados. Quiero a América". El trauma de la separación, borrado del recuerdo del primer viaje, queda registrado en estas cartas. El continuum es reemplazado por la oscilación entre dos polos: por un lado, la Argentina; por el otro, Europa, es decir, por sobre todo, Francia.
El género al que recurre Ocampo para narrar estos dos viajes tempranos -autobiografía y carta- lleva a la reflexión sobre la forma del relato de viaje en Ocampo. A diferencia de muchos cultores del género -pongamos por caso los grandes viajeros decimonónicos como Sarmiento, que hacen del relato de viaje un ejercicio pedagógico, o los cronistas del siglo XX, muchos de ellos periodistas, que refieren la aventura como divertimento-, Ocampo no se limita a una sola manera de contar sus viajes. Podría decirse que el viaje toca todo lo que escribe, que su obra, como bien lo ve Beatriz Sarlo, es toda ella una traslación y que, al narrar un viaje, Ocampo se está narrando a ella misma. El uso de la primera persona, tan necesario para lograr la adhesión del lector en los relatos de viaje, es aquí múltiplemente fecundo: narro este viaje en primera persona para convocar a un tú lector que me acompaña y ve conmigo, pero también narro en primera persona porque el viaje es parte integral de mi persona, es ejercicio de autofiguración y de autoconocimiento. Ya testimonio, ya relato de vida, ya correspondencia, el viaje me permite ser.

Del articulo:
http://www.lanacion.com.ar/1290940-la-escritura-del-desplazamiento-y-la-ilusion

LA COLOR NO LE PERMITE*
Tanya Tynjala
El Famoso escritor peruano Don Ricardo Palma dijo una vez refiriéndose a sus compatriotas: “el que no tiene de Inga, tiene de Mandinga” y con mucha razón. Yo creo que esta frase se aplica a la mayoría de los latinoamericanos: somos tan mestizos que, aunque no todos estamos para pedir miguitas de ternura, muchos llevamos casi todas las razas sobre la piel.
Por ejemplo yo sé que de parte de padre, tengo sangre escocesa, portuguesa e indígena de la selva amazónica. De parte de madre tengo sangre, española, árabe, indígena de la sierra peruana, y aunque mi madre se empecine en negarlo, africana. Imagínense mis hijas, la mayor con además sangre catalana, napolitana y normanda y la segunda con pura sangre finlandesa.
En mi caso, mi tipo me hace pasar por casi de todo. En Pekín unos chinos me dijeron que yo parecía china (de la provincia de no sé qué, para ser más específicos), en Finlandia un amigo Iraní me dijo que parecía egipcia y en mis clases de bollywood una vez unas hindúes se asombraron que la profesora me hablara en inglés. Ella riendo les aclaró “Es que no es de la India” y las chicas estaban asombradísimas, pues me creyeron una paisana.
Lo que me seguía pareciendo raro hasta ahora es que en San Petersburgo (y en Finlandia también) me creyeran rusa (sobre todo cuando quién te habla en “su idioma” es una rubia impresionantemente alta) Pero ahora que estoy en Filipinas y veo a muchas personas de uno de los tantos “Tanes” en que se ha convertido la antigua Unión Soviética, ya no me parece tan descabellado. Sí pues, podría pasar de por allí.
Ahora bien, este tipo aparentemente camaleónico, causa diversas reacciones según donde me encuentre. Por ejemplo, para más detalles, en San Petersburgo no solo me creían rusa, sino PROSTITUTA rusa. Mi marido fue para una conferencia y o lo acompañé. No bien instalados en el cuarto de hotel, llamaron por teléfono. Mi marido contestó y lo vi asombrado decir que “NO”. Le pregunté qué había pasado y me respondió que alguien le había preguntado si quería conocer una “Biutiful ruchian girl”, así, con todo empacho. Lo gracioso es que cuando esa noche regresamos de cenar, el portero del hotel me miró de pies a cabeza, despectivamente. Yo le comenté a mi marido que seguro él le había propuesto la “biutiful ruchian girl” y al verme pensó: “¡la que yo le estaba proponiendo es mucho mejor que ésta!”
Cuando en Francia iba a comprar algo o preguntar por algún servicio, la primera reacción era también mirarme de pies a cabeza y preguntarme “¿Es usted marroquí?” o “¿Tunecina?”. En este caso lo que me llamaba la atención era el hecho de que esa cara de desprecio se convirtiera en una inmensa sonrisa cuando decía que era peruana: “¡Perú! ¡Machu Picchu, Mayas, samba, tango!” (Porque hay que decir que para el pobre europeo “promedio” todo da igual). Es decir que se daba una situación de racismo selectivo. Sí, también se me confunde con fácilmente con árabe. Inclusive muchos me hablaban en su idioma cuando vivía en París. Entonces, si el color de piel es el mismo ¿qué hacía aceptable a la latinoamericana? Me atrevo a decir que factores económicos y sociales más que un verdadero racismo. En los años 80 el árabe emigraba para trabajar y por ese motivo se le acusaba de causar desempleo, en cambio al latinoamericano no le era tan fácil emigrar y por consiguiente no había muchos, todavía resultábamos exóticos. Supongo que si en vez de Francia me hubiese encontrado en España, la cosa habrá sido diferente.
Algo de eso probé cuando fui de vacaciones a la Cataluña española. En este caso curiosamente me creían española, específicamente andaluza. Cuando entraba a alguna tienda y pedía el precio de algo, volvían a mirarme con desprecio y me contestaban en catalán. Como entendía el idioma yo les seguía la conversación en español. Eso es algo muy común en Cataluña, lo que no es muy común es que en medio del discurso cambien al español. Eso lo hacían en cuanto se daban cuenta de mi acento. Es decir cuando comprobaban de que no era andaluza. No voy a detenerme en los problemas sociopolíticos de España. Solo pongo esto como ejemplo para mostrar que en ambos casos la reacción aparentemente racista era causada por algo más que el color de la piel. Una vez comprobado que a pesar de mi apariencia, no formaba parte del grupo que “molestaba”, la actitud cambiaba.
Es evidente que el grupo de poder rige las reglas de la sociedad. En el racismo también. Lo que me ha enseñado la experiencia de ser camaleónica es que esas reglas son relativas y por lo tanto absurdas. Como lo dije en los ejemplos anteriores: no molestaba realmente el color de mi piel tanto como al grupo al que pertenecía.
Inclusive la noción de “color” es relativa. Por ejemplo, cuando vivía en Perú, la mirada de desprecio venía muchas veces de mis propios compatriotas y por verme bien “peruana”. Era muy común que cuando íbamos a algún evento o a comer a el restaurante de moda, las señoritas de “buena presencia” (espantosa frase utilizada comúnmente en los anuncios de empleo y que significa “lo más blanca posible”) me miraran de pies a cabeza. Casi se podía leer en esa mirada la pregunta “¿Y esta india qué hace con semejante gringo?”. Y no es que mi marido parezca un actor de Hollywood, pero su metro ochenta se le nota más cuando sale conmigo, que solo mido 1.60m. Muchas veces me tuve que controlar para no contestarles “¿Y saben qué? Soy 5 años mayor que él. ¡Cómo te quedó el ojo!” El racismo en Latinoamérica me parece intolerable, justamente porque todos tenemos o de Inga o de Mandinga. Esas “señoritas” ni siquiera se preguntaban si era inteligente o muy buena persona. Simplemente consideraban insoportable la idea de haberme casado con un nórdico.
Ya ni cuento a la “amiga” que fue a visitarme luego de nacer mi hija y me dijera como un gran cumplido “No parece tuya”. Es decir que era demasiado blanca para ser mi hija. En Perú se habla de “mejorar la raza” cuando alguien se casa con un blanco. Y yo que justamente considero que la belleza de mis hijas radica en su mestizaje, en verse exóticas estén donde estén. Y por otro lado pienso en la cantidad de enfermedades genéticas de las que nos hemos librado por no tener una sangre “pura”. Hay que preguntarse quién mejoró la raza de quién.
Aquí en Filipinas, una vez más, me creen local. Lo curioso es que si en Perú mis rasgos me hacían estar entre la parte “baja” de la sociedad, aquí es todo lo contrario. Mis pómulos salientes y mis ojos almendrados delatan mi sangre india (sin embargo yo considero que son de mis rasgos más atractivos). Pero almendrados o no, tengo buenos párpados, lo que significa en Asia que tengo sangre europea. Entonces pues aquí paso por una filipina de clase alta, mestiza con sangre española. Soy la misma persona, pero según donde me encuentre, no se me percibe de la misma manera.
Eso es lo absurdo del racismo: su relatividad. Según en qué parte del globo se me encuentre soy más o menos “blanca”. Porque ése pareciera ser el ideal de belleza al que se aspira: blanco, rubio y de ojos azules. Y por esa razón, estos países abundan las lociones blanqueadoras, muchas de las cuales se ha comprobado que causan cáncer a la piel. Y ni hablar de las absurdas ideas de que tal o cual mancha en el cuerpo o rasgo especial delata la pertenencia a la raza “superior” o “inferior”. En Perú por ejemplo la gente llega a verdaderas guerras para probarle al vecino que tiene la gota de sangre extra que lo convierte en más blanco que él.
Pero no se crea que el racismo sea exclusividad de la raza blanca. Curiosamente las personas más racistas que me haya encontrado no pertenecen a ese color. En Francia viví por un buen tiempo en una pensión en donde había de todo: algunas europeas, “beurettes” (hijas de inmigrantes de origen magrebí), antillanas y algunas chicas de países de África Sub-Sahariana. Pues La persona más racista que hasta ahora haya conocido, pertenecía a este último grupo (no voy a decir el país, pues supongo que como en todas partes, no necesariamente todos son racistas). Era imposible discutir con ella sin que nos soltara, como argumento para desacreditar nuestras opiniones, que no teníamos orígenes, pues no poseíamos una raza “pura” como ella. Y nadie se salvaba, ni siquiera las antillanas que tenían la piel tan oscura como la de ella: eran mestizas, es decir seres inferiores a sus ojos. Yo una vez le contesté que más bien yo tenía muchos más orígenes que ella (¡Qué triste perteneces a una sola etnia! ¿no?) y furiosa me amenazó con hacerme brujería. Algo parecido le pasó a un amigo brasilero, al que un africano criticó por “renegar de su raza” al vestirse de manera occidental. El chico le contestó, inteligentemente, que no podía renegar de algo que se le notaba en el color de la piel, pero que no podía tampoco reivindicarse de una cultura con la que no se identificaba; que sí, evidentemente que sus tátara-tátara abuelos venían de África, pero que él se identificaba como brasilero, porque era el país en donde había nacido y la única cultura que conocía. El otro nunca quiso entender razones al parecer.
En otra oportunidad, en la pensión un grupo de chicas empezó a hacer bromas sobre una de ellas, alegando que el cocinero le había dado más comida que al resto porque se acostaba con él. Este señor era un normando de pura cepa, blanco como la nieve. La aludida respondió “¡Aggg! ¡Qué asco! ¿Se imaginan acostarse con él? ¡Todo blanco! ¡Todo rubio!”. En el grupo no había ni una sola europea y al parecer solo yo tenía un novio francés. Casi todas le dieron la razón a la muchachita de marras. Yo me sentí ofendida: ¿”Qué tiene de malo un hombre blanco? A caso te va a manchar?”. Pero ellas seguían en sus trece, hasta que una chica de la Costa de Marfil dijo “¡Ya cállense! ¿No se dan cuenta que el novio de Tanya es blanco?” Trataron de disimularla pero ya era tarde. La misma chica de la Costa de marfil les dijo que sabía muy bien que si no fuera porque vivíamos juntas, muchas no le dirigirían la palabra por ser racistas. Nadie lo quiso aceptar. En todo caso es triste ver que el racismo no es exclusividad de los blancos: la estupidez humana no conoce de fronteras.
Muchos dirán que en una sociedad en la que justamente se sobrevalora a las razas blancas, una reacción así es la respuesta natural que se genera y que por último es bueno que haya gente que se sienta orgullosa de lo que es. Nadie me convencerá que al fuego se le combate con fuego.
Pienso que la mejor manera de luchar contra el racismo sí es fomentar el orgullo a los orígenes propios, pero no para decir que una raza es mejor que la otra, porque eso es un absurdo. No hay nada científico que pueda corroborar algo así.
Estar orgulloso de nuestros orígenes nos prepara también para relativizar los insultos racistas y darles su verdadero valor, desarmando sus argumentos. Un buen ejemplo se encuentra en el poema “me gritaron negra” de Victoria Santa Cruz: una niña toma por primera vez noción de que su color de piel es percibida como inferior y crece tratando de ocultar sus orígenes, hasta que un día contesta “¡Y qué!” al insulto y replica “¡Negra soy, negro es mi color!”, dejando de esa manera al agresor sin argumentos. ¿Cómo discutir con alguien que te acepta lo que le dices y sin considerarlo un insulto sino solo un hecho? Eso solo se logra si uno mismo no siente como un lastre los orígenes personales, sino como lo que son: una riqueza. Eso les enseño a mis hijas y por suerte lo entienden bien. A la mayor una vez alguien le dijo que ella no era “una verdadera finlandesa”, a lo que ella replicó sin problemas que era verdad, pues había nacido en Francia y se había criado hasta los diez años en Perú, por lo que no era culturalmente una verdadera finlandesa a pesar de tener la nacionalidad. ¿Cuál es el problema? En este caso “sentirse bien en su piel” tiene un significado literal.
Disfrutemos de nuestras diferencias, aprendamos a amarlas y respetarlas, que eso hace la riqueza del mundo: los diversos colores, olores y sabores de cada cultura.

*Frase de la popular canción peruana “Toro Mata”.

Ian Welden,chileno desde Dinamarca

El noble oficio del exilio

En Dinamarca los hombres y mujeres que solicitan asilo político debido a persecución en sus países de origen son sometidos a una fría y cínica incredulidad acerca de sus reales motivos por algunos sectores de la población danesa.

Qué clase de persona es usted
capaz de creer ciegamente
que abandoné mis amadas cordilleras
pintadas de oro por una loca luna de verano;
mi profundo y amistoso hogar
inundado de sol, colores y voces;
mis dulces huellas olvidadas
en el jardín de juegos de mi escuelita;
mi cálida y silenciosa madre
con su perfume a pan recién horneado
y flores frescas recién cortadas;
Los secretos placeres de mi amante;
las gloriosas y sinceras risas de mis amigos;
los excitantes y afrodisíacos vapores
de mis alimentos y mis condimentos;
la conmovedora simplicidad
de llorar en mi propio idioma;
la reconfortante curiosidad
y sana promiscuidad de mis vecinos,
por un humilde cheque de cien dólares al mes,
una fría, húmeda y solitaria habitación
en un olvidado y derrumbado ghetto
del sector de los narcómanos
mendigos y gangsters de Copenhague?

Ernesto Livon- Grossman, de su libro Geografias imaginarias

"History is itself a real part of natural history, of the transformation of nature into man" (Marx). Inversely, this "natural history" has no actual existence other than through the process of human history, the only part which recaptures this historical totality, like the modern telescope whose sight captures, in time, the retreat of nebulae at the periphery of the universe. The Society of the Spectacle. Guy Debord

INTRODUCCIÓN

A pesar de que la literatura de viaje del siglo XVI al XIX es extensa como los territorios y las travesías de las que se ocupa, hay pocas zonas tan inhóspitas y de tan difícil acceso que como la Patagonia hayan sido capaces de atraer, a lo largo de los últimos dos siglos, semejante interés y producción narrativa. Atractivo que, en el caso de los viajeros no argentinos, se debe en parte a que estas narrativas tratan de un territorio independiente del país del que forma parte[1] y por lo tanto por siempre disponible para ser explorado, aparentemente fuera de una jurisdicción nacional definida. Para los argentinos esa misma falta de definición nacional es también un incentivo para el viaje a la Patagonia. Y la atracción por esa zona se debe también a que se la piensa desde un principio como un espacio vacío, inhabitado, cuya vastedad muchos viajeros imaginan como un excelente escenario en el cual recrear la ilusión de un origen geológico y antropológico. La Patagonia, cualesquiera sean los límites del territorio al que se le adjudica ese nombre, ha sido desde su primera inscripción en las narrativas de viaje una zona maleable para el imaginario europeo primero y el criollo después.
Pero en el origen siempre hay por lo menos una pregunta y varias respuestas, series, interceptadas por otras series que construyen a la manera de una red la historia literaria de una tercera parte del territorio argentino que hoy conocemos como Patagonia. Estas lecturas buscan trazar las correspondencias entre la literatura de exploración y viaje dedicadas a la Patagonia y la incorporación legal y simbólica de ese territorio a la nación argentina. Correspondencias que abarcan entre otros temas el relevamiento geográfico, la Conquista del Desierto y los conflictos limítrofes de una zona que a fines del siglo XIX aun estaba parcialmente bajo control indígena. De hecho, las relaciones con los Tehuelches y Mapuches, dos de los grupos indígenas más importantes de la zona, fueron al menos hasta su exterminio a fines del siglo XIX, un elemento determinante de estas narrativas fundacionales. Por lo tanto en esta trabajo tendrán preponderancia las narrativas de viaje que se ocupan de la exploración y desplazamiento[2] de la frontera que separaba Buenos Aires de la parte sur del territorio argentino. Relatos que por su influencia sobre otros viajeros y su contribución, directa o indirecta, a los diversos intentos por establecer la idea de nación tienen un carácter fundacional. A su vez, esta fundación contiene desde su primera manifestación un doble mito, el de la región como un territorio primigenio y tierra de nadie, y el de ese territorio como parte integral de la nación.
Al principio de esta serie de narraciones gran parte de los textos tienen un tono naturalista, una mezcla más o menos híbrida de etnografía, botánica, relatos de caza y aventuras de viaje[3]. Sin embargo, es posible decir que como regla general las narraciones que construyen el mito patagónico pierden progresivamente sus ambiciones científicas a medida que el naturalismo del siglo XVIII y XIX se separa en discurso científico y literatura de viaje. Buena parte de la literatura del relevamiento patagónico es contemporánea al desarrollo de un modelo científico positivista que busca la objetividad desprovista del tono confesional e intimista que se asocia a una crónica de viaje. En este contexto la literatura de viaje patagónica se presenta, en el pasado y quizás aun hoy, como un bricolaje. Un ensamblaje de observaciones que van desde la descripción de los hábitos alimenticios de los guanacos, hasta el descubrimiento y clasificación de nuevos especímenes botánicos pasando por las minucias de la vida de campamento hasta el juicio moral sobre las costumbres indígenas.
La insistencia y el énfasis de los temas varían; la mirada del viajero cambia en el transcurso de cuatro siglos de literatura de viajes dedicada a la zona. Sin lograr una distancia cismática tan completa entre el discurso narrativo y el científico como fue el caso de la separación de la biología o la geología de la literatura de viajes, la etnografía en cambio es una disciplina cuyos temas parecen resistir su compartimentalización y se encuentran presentes en prácticamente toda la literatura de viaje patagónica. El interés por los habitantes de la zona es una constante no siempre explícita en la justificación de estos viajes pese a que buena parte de las descripciones se concentra en la vida de los indígenas, sus métodos de caza, sus relaciones ínter tribales y, por supuesto, sus lenguas. Esto se comprende en parte porque la etnografía como disciplina no se separa de las ciencias naturales hasta fines del siglo XIX. También, en parte, porque el silencio, el tratamiento oblicuo de lo indígena funciona como un punto ciego, aquello que por ser problemático se trata como accidental o con dificultad y que, quizás por eso mismo, persiste.
El interés por la Patagonia, que se reactiva periódicamente con la publicación de trabajos periodísticos y de ficción, ya es parte de una larga tradición que comienza con los primeros viajeros españoles, portugueses y británicos y que se ha mantenido cíclicamente presente en la cultura británica tanto como en la argentina. De Antonio Pigafetta a Martínez Estrada pasando por Charles Darwin, George Musters y Francisco P. Moreno la continuidad del tema llama la atención en contraste con la ausencia de una crítica que trate a estos textos como un conjunto[4]. Y el corpus que forman estas narrativas de viaje llama la atención tanto por su valor histórico como por su volumen. La historia de un país es, entre otras, la historia del desplazamiento de sus fronteras y de su definición como territorio. Posición complicada porque en la idea misma de frontera ya existen dos lados, una doble narrativa, un orden de la realidad diferente a cada lado de esa línea divisoria. Y cada una de estas conforman otras historias que a su vez se ramifican o se truncan y dejan sin embargo un punto de partida para la próxima narrativa. Van creando un tejido que cuanto más se esfuerza en establecer una división entre lo indígena y lo europeo, como es el caso en las narrativas de la Conquista del Desierto, más termina afianzando esta conexión.
La representación de la Patagonia está directamente ligada a los desplazamientos de la frontera, siendo un espacio que el gobierno de Buenos Aires considera argentino, es decir parte del territorio nacional, pero a la vez sin una representación efectiva del estado. Trescientos cincuenta años después de la llegada de Solís al Río de la Plata en 1516, la Patagonia seguía siendo una zona sin asentamientos europeos ni criollos importantes. Esa diferencia o intersticio retrasa el cierre del mapa de la nación[5]. Es la que permite la coexistencia de por lo menos dos literaturas: la argentina y la inglesa, y da lugar a una serie de intercambios que ocurren en por lo menos tres lenguas, el castellano, el inglés y que de forma alternada incluye a las diferentes lenguas indígenas, entre otras la Tehuelche y la Pehuenche.
Las relaciones que la literatura de viaje dedicada a la Patagonia tiene con la historia política del país es uno de mis puntos de referencia para establecer el imaginario social asociado con las expediciones civiles y militares que fueron tan importantes para la formación de una idea de nación y la consolidación de un estado central. Relación paradójica porque si el proyecto de nación necesitó ocupar militarmente territorios tan distantes de Buenos Aires como el Chaco y la Patagonia para poder afianzar ese centro luego se tornaría indiferente a su colonización y desarrollo.
Es tentador ver una correlación entre el proyecto de modernidad de los centros urbanos como una fuerza inversamente proporcional a la colonización e incluso la explotación de la Patagonia: cuanto más avanza el desarrollo industrial del país menos atención se presta a la zona que los argentinos refieren eufemísticamente como el Sur[6]. Durante el siglo XX la representación de la zona se vuelve cada vez más abstracta y mitificada. En la medida en que los recursos y el desarrollo económico del país se concentran en Buenos Aires y las otras grandes ciudades, la colonización de la Patagonia se transforma en un proyecto cada vez más lejano y menos concreto, idealizado. Ese mito, que como todo mito ha quedado vaciado de historia, prometería ilimitadas posibilidades en un paisaje que tanto en el imaginario argentino como en el británico se piensa como sublime e incluso utópico. Es difícil considerar la continuidad de esa idealización como parte de la vida cultural argentina sin pensar sin esos cuatro siglos de literatura como un factor importante para la imagen de la Patagonia[7].
La motivación intelectual de la gran mayoría de los viajes a la Patagonia se origina en el esfuerzo por extender los límites de un saber científico, que al menos en sus orígenes, está directamente asociado a la estructura colonial británica y española. En los viajeros argentinos, en cambio, este proyecto científico se pone al servicio de la consolidación del estado y la reafirmación de la soberanía nacional, de ahí que sus viajes sean posteriores. La estrategia de relevamiento que se encuentra en las narrativas británicas es similar, aunque no idéntica, a la de los argentinos. En ambos casos se trata de constituir grandes bancos de datos y establecer una clasificación de información y objetos que permitan un control de la zona por medio del relevamiento topográfico y etnográfico. Pero los viajeros argentinos muy pronto quedan asociados a la campaña militar que a fines del siglo XIX inicia la construcción de un sistema de comunicaciones y fortines en vistas a una ocupación más permanente. Es sobre esta misma empresa, que es a la vez relevamiento científico y campaña militar, se van a fundar nuevos museos de ciencias naturales y reorganizar las primeras colecciones científicas que le preceden. A la vez estos archivos, colecciones de piezas geológicas, dioramas, herbarios, serían aquellas que permitirían formular las leyes civiles que legislan la región y las naturales que justificarían sus límites internos y externos. A la etapa que precede la Conquista del Desierto, aquella que inicia el archivo pero que aun no es capaz de ofrecer una imagen completa o general de la región, le corresponden viajeros como Antonio Pigafetta, Thomas Falkner y Charles Darwin.
La segunda etapa trata de completar lo que hasta el momento se había presentado sólo parcialmente. Fragmentos de mapas, relevamientos incompletos a la espera de un nuevo grupo de viajeros que en un mismo gesto van a emitir el certificado de defunción de las comunidades indígenas y establecer un relevamiento oficial tras la llamada Conquista del Desierto. Después de todo, nombrar los lugares y establecer los mapas de la zona son actividades que forman parte de una misma campaña gubernamental de ocupación que hace el relevamiento oficial de la región tras la campaña de Roca una manera de evaluar el botín de guerra. De este segundo momento, de esta ocupación mediada por el viajero oficial, son buenos ejemplos Estanislao Zeballos, Ramón Lista, Roberto Payró y muy especialmente Francisco Pascasio Moreno.
El tercer estadio, del que se puede decir que aun no ha terminado, se caracteriza por la metaforización del territorio patagónico, la recuperación de aquella naturaleza que había sido sinónimo de lo vacío y la identificación de ese territorio como el repositorio del futuro de la nación. Este tercer momento de la serie que propone este libro es aquel en el que se han reducido los obstáculos que impiden el ejercicio de una autoridad política y legislativa centralizada por la desaparición de las poblaciones indígenas y el establecimiento de una primera población rural criolla. El relevamiento físico definitivo del territorio, y la sanción de una legislación que ayude a fundamentar la soberanía argentina sobre la región, coincide con esta última etapa de mitificación de la zona. La región ya no se presenta como la barbarie, inexplorada y desierta, se ofrece en cambio como metáfora del porvenir, el territorio donde aun se pueden encontrar las oportunidades para llevar a cabo lo que no fue posible en otras regiones de la Argentina. A este tercer momento corresponden las narrativas de Guillermo Enrique Hudson y Ezequiel Martínez Estrada. Se podría argumentar que Hudson extiende esta etapa a otros escritores de habla inglesa que habrán de visitar la Patagonia en la segunda mitad del siglo XX, como es el caso de Paul Theroux o Bruce Chatwin, y estos a su vez serán el punto de partida para nuevas narrativas argentinas. Es posible ver un movimiento de vaivén que va entretejiendo, a lo largo de varias generaciones, una trama hecha de narraciones que en algunos casos no tienen otra justificación que revisar la de un viajero anterior[8].
Esta cronología de viajeros británicos y argentinos se remonta hasta el momento del primer encuentro entre aborígenes y europeos, encuentro que da como resultado el bautismo de la zona y su incorporación a los atlas europeos. La importancia de esta genealogía reside en que algunas de las características de esas primeras narrativas, cierta hiperbolización de las primeras descripciones, reaparecerán a lo largo de los próximos trescientos años como características más o menos constantes de la zona. Las múltiples historias que se suceden refuerzan o cuestionan estas primeras descripciones y de una manera acumulativa las incorporan. El reconocimiento de estas narrativas fundacionales le dan al mito patagónico una vigencia y consistencia tal que a fines del siglo XIX vuelve a rescribir el mito desde tantos puntos de vista como viajeros recorren el territorio. Casos como el de Florence Dixie que organiza su propia narrativa (Across Patagonia, 1881) a partir de la de George Musters (At home with the Patagonians, 1871) Guillermo Enrique Hudson para quien Darwin es un importante punto de referencia del mismo modo que más tarde el mismo Hudson lo será para Bruce Chatwin. Este efecto acumulativo, encadenado, de las historias que dan cuerpo al mito es una de las razones de su supervivencia.

El Género
Al establecer la serie de viajeros que conforma esta investigación surge inevitablemente la pregunta por el género, ¿qué es lo que define una narrativa de viaje? ¿Cuáles son sus elementos constitutivos? ¿Cómo reconocer una narrativa de viaje cuando uno se encuentra frente a ella? ¿Qué es lo que tienen en común narrativas tan dispares como las que se dedican a describir la Patagonia a lo largo de cuatro siglos? Clifford Geertz ofrece, en Works and lives, un buen punto de partida:
[a travel book always aserts:] I went here, I went there; I saw this strange thing and that; I was amazed, bored, excited, disappointed; I got boils on my behind, and once in the Amazon...—all with the implicit undermessage: Don’t you wish you had been there with me or could do the same? (Geertz 1988 P. 33-34)

Pero esta respuesta se vuelve insuficiente cuando se trata de una serie que, como la que presento en esta trabajo, atraviesa varios siglos y diferentes lenguas. Serie que abarca posiciones tan distantes respecto de las estructuras de poder como las que existen entre un científico inglés enviado por el gobierno británico para recoger y anotar “todo lo que valga la pena ser registrado”, un viajero argentino interesado en llevar a cabo un relevamiento de la zona para resolver un conflicto de límites o entre aquellos dos y la narrativa de un navegante italiano del 1700. Todos ellos comparten la caracterización de Geertz y sin embargo, ¿cómo dar cuenta de sus diferencias culturales, lingüísticas e históricas sin disociarlos de la serie que los nombra?
El lugar, la Patagonia, el espacio hacia el cual se viaja y sobre el que se escribe, es sin duda un elemento en común. Otro criterio presente en esta selección son las conexiones textuales. Las referencias a narrativas anteriores y que en más de un caso se invocan como autoridad o se citan para corregirlas y que, en una visión de conjunto, constituyen relaciones de complementariedad y dan una idea evolutiva de corpus[9]. Otro criterio que une estas narrativas es su interpretación del paisaje, su caracterización del espacio patagónico, con relación a la historia del país o la historia de las relaciones internacionales que condicionan la representación de la Patagonia. Es decir la inscripción de un cierto tipo de discurso en un marco histórico que permita ver la relación entre los cambios políticos de la Argentina, la representación de la zona y su conexión con una historia del género.
Daniel Defert (1982) ya ha señalado que antes del siglo XIX la literatura de viaje no era un género sino una de las sumas culturales, políticas, económicas, legales y religiosas, de un período dedicado al descubrimiento y relevamiento de los nuevos continentes. Desde la perspectiva de Defert son tres los componentes de este tipo de literatura que se mantienen constantes aunque con diferente énfasis a través de los siglos:
In order to understand the rules of observation peculiar to this literature, one must rediscover which techniques constituted the art of traveling. Historically speaking, the voyage, the collection of curios, and the field trip have, each in their turn, been predominant. From this point on it is not simply the content of observations that has changed but their principle of production and organization. (P. 12)

En las primeras narrativas de viaje se trata, como en el caso de Pigafetta y en cierta medida de Thomas Falkner, de informes que funcionan como documentos que invitan a la colonización, a la inversión económica o a la ocupación militar. Y aunque el carácter original de estos viajes, las primeras visitas al territorio, dan lugar a cierto tono hiperbólico, a ciertos gigantismos retóricos, estas narrativas nunca olvidan sus obligaciones para con quienes financian esos viajes y preservan su funcionalidad política y militar. Esta aparente hibridez, consecuencia de su carácter de suma cultural, da como resultado lo que hoy llamaríamos la contaminación ficcional del informe científico. Pero la falta de especificidad de estas narrativas que aparentemente lo abarcan todo, cambia a partir de las innovaciones tecnológicas[10]. La creación de nuevos elementos de medición, astrolabios, brújulas y la disponibilidad de cartas más precisas de navegación, relevan a la crónica de viaje de su función de bitácoras de navegación. De tal manera que estos nuevos dispositivos tecnológicos expanden las posibilidades narrativas al separar el registro de cálculos astronómicos y matemáticos de la descripción de los nuevos territorios.
Permanecen sin embargo ciertos hábitos discursivos, una tendencia a la enumeración y al orden cronológico, propios del estilo “primero sucedió y esto luego aquello”, que era común en los registros de navegación. Esto a su vez contribuye a que las primeras narrativas no cuenten con un análisis sistémico que, como en el caso de Falkner, tienden a la constitución de largas listas de plantas, accidentes geográficos, características climáticas, acompañados de mapas que son en sí mismos ejemplos de enumeraciones. Los habitantes, no sólo su distribución demográfica, tampoco escapan a la enumeración. Así también ellos son descritos en términos de características físicas, hábitos alimenticios, costumbres religiosas sin una caracterización que trate de presentar este cúmulo de informaciones como una visión unitaria. La otredad de los indígenas que pueblan la Patagonia no siempre genera en las primeras narrativas una reflexión sobre su condición como sociedad y queda limitada por un cierto carácter pragmático. Se los describe con miras a su utilización en futuras relaciones políticas o militares. Comenta Defert:
First of all, in these descriptions we are dealing not with landscapes or societies but with entities that have meaning only for diplomatic strategy. The beauty of a bay is its capacity for receiving a fleet; the majesty of tall trees indicate their usefulness for repairing mast; landscapes speak of occupation as do the affability or the scars of the natives. Nations are identified in terms of their languages, their territories, their chiefs, their traditional friendships and enmities…. This minute observation of diplomatic strategies does not derive from knowledge and techniques any different from those required for the functioning of the European powers. (P. 14)

Sin embargo, esas descripciones acumulativas, en sí mismas archivos, que volverán a ser utilizados en el futuro en intentos más sistemáticos, son parte de proyectos políticos de dominación claramente identificables. Colecciones que formarán bancos de datos, bibliotecas interesadas en acumular información sobre pueblos desconocidos y que a través de la imprenta y la expansión colonial cambiarán la visión que la cultura europea tiene del mundo. Esta literatura de viaje excede la fascinación por lo exótico. Durante el siglo XVIII y XIX se transforma a la vez en incentivo y material técnico para la expansión de los diferentes poderes coloniales que se sirven de ella para evaluar las superficies a distribuirse. Estas descripciones se vuelven un fenómeno extendido en la cultura europea y modifican la visión de conjunto del mundo conocido al incorporar otras culturas y otras geografías en la formulación de una teoría geopolítica.
Los siglos XVIII y XIX, preocupados con el surgimiento de la nación estado, son testigos de una importante diversificación de estas narrativas. Sus objetivos difieren dependiendo de la región que está siendo explorada de tal manera que cada narrativa modificará sus ambiciones interpretativas dependiendo de la zona de la que trata. Esta especificidad es una condición compartida tanto por los viajeros europeos como por los criollos. En muchas de estas narrativas de viaje el objetivo es producir un relevamiento del sistema político de un determinado país a los efectos de comprender su funcionamiento social y establecer una estrategia diplomática o militar con miras a futuras relaciones comerciales o políticas. Pero la posibilidad de este objetivo presupone el reconocimiento en esas otras culturas de una estructura política y social que justifique la validez de un esfuerzo diplomático. Cuando, como es el caso de la Patagonia, la valoración de una región implica la carencia de esa estructura, léase de un estado, comparable a la que posee la cultura del viajero, las narrativas cambian de óptica y optan por una representación en la cual las naciones indígenas son presentadas como una extensión de la naturaleza.
A fines del siglo XIX este cambio de óptica, el cual afecta tanto a la producción criolla o como a la europea, da como resultado que la narrativa de viaje privilegie las ciencias naturales. El género tiende cada vez más hacia las ciencias biológicas y, al igual que el museo, propone la fusión de naturaleza y etnografía. Esta fusión es la que permitió que algunos de estos viajeros asociaran bajo un mismo techo un poncho yámana, los huesos de una ballena y un coihue petrificado. En este punto en que me gustaría regresar a la aseveración de Daniel Defert según la cual más que un género se trataría de un complejo sistema de representaciones culturales. En la medida en que, a pesar de esta hibridez, la literatura de viaje logra definir un nicho propio en el campo de la etnografía nunca pierde esa complejidad a la que alude Defert. La mirada inclusiva de ese viajero, para el que nada le es ajeno, genera descripciones que no son sólo utilitarias. La literatura de viaje genera a partir del siglo XIX extensos comentarios en los cuales los indígenas quedan incorporados como parte integral del paisaje, o sea que se transforma en una investigación etnográfica con aspiraciones cosmogónicas. Ya no se trata de ofrecer un listado de accidentes geográficos sino una visión cultural de la zona. La literatura de viaje se desplaza así de una especificidad biológica al campo de la antropología cultural[11]. La hibridez de ese sistema de representaciones culturales se debe al hecho de que la literatura de viaje depende de “lo factual”, es decir de las observaciones siempre subjetivas del viajero. El género nunca ha podido desprenderse de este elemento subjetivo abriendo la posibilidad para una inmensa gama de interpretaciones, tantas como viajeros recorran la zona.
Sin embargo la actividad de viajar es una posibilidad limitada a cierto estrato social. El inmigrante, el trabajador golondrina, no son viajeros en el sentido del que recorre por placer o curiosidad con la intención de regresar a un punto de partida. El viajero que da origen a la literatura de viaje es, al menos desde el siglo XVIII en adelante, parte de una cierta clase social, no sólo porque necesita los medios para poder financiar el viaje o conseguir que una institución (el estado, la universidad, el museo) lo financie, sino porque el concepto del viaje como una posibilidad de distanciamiento político o como búsqueda personal requerían, y quizás aun hoy sigan requiriéndolo, la existencia de un individuo con los medios culturales como para ofrecer esa visión. Esta suerte de restricción social tiene como consecuencia que la mayoría de los viajeros del siglo XIX y principios del XX sean parte de la misma clase social, y que por lo general estén directamente conectados con el gobierno o con instituciones culturales, militares, políticas que hacen que el género quede asociado al aparato del estado. Basta mencionar cuatro ejemplos dentro de la literatura de viaje patagónica para ver la relación del género con el poder: Lady Florence Dixie y Charles Darwin, la primera, parte activa de una aristocracia política británica, el segundo miembro de un grupo económico con acceso directo a la elite cultural, en este caso Cambridge. Entre los argentinos Francisco Moreno que llega a ser senador nacional y antes que él, Estanislao Zeballos que se desempeñó como ministro de relaciones exteriores del Presidente Roca. La lista podría extenderse hasta incluir a casi todos los viajeros de la época.
El impacto político de estos viajeros no se manifiesta sólo en la esfera cultural. Muchos de estos textos se escriben para el estado, ya sea que se trate de un informe militar o un relevamiento topográfico para el establecimiento de un centro de producción agrícola. La literatura de viaje oscila entre la narrativa personal y las obligaciones institucionales. En el marco de la Conquista del Desierto estas narrativas de viaje desarrollan una visión, según la cual los indígenas son parte integral del paisaje y por lo tanto deben ser, como el territorio mismo, subyugados para dar paso al progreso y a la nación-estado. Este es el momento en el cual la narrativa de viaje y el informe gubernamental se funden no para contar sobre remotos paisajes que son parte de un proyecto imperial sino para describir los caminos que rodean las inmediaciones de la propia ciudad, aquellos que permitirían unir el fragmentado mapa de la república. Definida la nación y exterminados los indígenas se inicia en las narrativas patagónicas un proceso de simbolización, por el cual el viaje físico, la aventura de exploración, pasa a un segundo plano. Y en cambio se enfatiza la metaforización del territorio patagónico, destinatario y punto de partida de ambiciosas aspiraciones económicas y políticas.

La literatura de viaje y el proceso de formación de la nación
La desigualdad que caracteriza las relaciones coloniales no sólo se manifiesta en el hecho de que las colonias son vistas como inferiores con relación a sus recursos económicos y militares sino también en la percepción de que las sociedades coloniales no poseen el mismo grado de complejidad política. Culturas que estando supuestamente atrasadas respecto de una idea de modernidad condicionan la mirada del viajero y sus narrativas. Esto permite comprender el grado de ansiedad de los nuevos gobiernos americanos por llevar a la práctica una idea de nación sobre la base de un estado moderno a la imagen y semejanza de los europeos. Para los intelectuales criollos, participantes activos de esa definición nacional, no se trataría de una mera copia sino de establecer un modelo equiparable; capaz de negociar en pie de igualdad con Europa pero consciente de sus diferencias.
Los esfuerzos hispanoamericanos por adaptar un modelo europeo de modernidad generan una constante reflexión sobre las particularidades de lo americano. En el caso de la Patagonia la reflexión gira alrededor de las contribuciones potenciales que la región haría a la nación y al mundo. La llamada lucha contra el indio se narra no sólo como un movimiento progresista en función de los intereses del país, el fin de la barbarie, sino también como el cumplimiento de un destino que contribuiría al bienestar de la humanidad. Esta visión mesiánica la encontramos aun en viajeros que como Estanislao Zeballos manifiestan con repetida intensidad su simpatía por los indígenas y la necesidad de una integración social. Zeballos, quien ocupara el cargo de ministro de relaciones exteriores durante la presidencia de Juárez Celman, y que como otros viajeros criollos, escribe desde o en colaboración con la institución militar, es el autor entre otros libros de La conquista de quince mil leguas (1878). Zeballos lo presenta como un manual para aquellos que lleven a cabo la lucha en la frontera, una guía de supervivencia dedicada a las tropas de Julio A. Roca. El texto es un buen ejemplo de la fusión de relevamiento militar, estudio etnográfico y proyección política. Dice Zeballos en su introducción al describir las implicancias de la campaña militar al desierto y por extensión las de su contribución:
Tal es también el plan de mis trabajos futuros, emprendidos con el deseo de cooperar a la grandiosa empresa nacional, que, una vez realizada será recordada entre las grandes campañas de la civilización que ilustran el siglo XIX.
Entonces al canal de Suez, al ferro-carril americano interoceánico, á la perforación de las grandes montañas para dar paso a la locomotora, y á la red del telégrafo que ciñe los contornos del planeta, la República Arjentina habrá añadido como obra fecunda del progreso sur-americano, la conquista de sus quince mil leguas de lozana tierra. (P. 2)

Demás está decir, es dudoso que la Conquista del Desierto sea recordada como otra cosa que un genocidio organizado para la expansión política y la consolidación económica del estado. Pero el libro de Zeballos es representativo de este proceso por el cual poco a poco la descripción naturalista hace lugar, en las narrativas criollas, para la discusión de las estrategias militares y económicas necesarias para una ocupación exitosa de la zona. La naturaleza sigue siendo elogiada como recurso y por lo tanto por su posibilidad de ser explotada. Las narrativas de viajeros como Ramón Lista, otro de los naturalistas dedicado al relevamiento de la Patagonia, Francisco P. Moreno y el mismo Zeballos incluyen en sus descripciones una valoración económica de la Patagonia. Roca suma su comentario cuando dice: “está llamada á ser un grande emporio, la metrópoli de los pueblos que espontáneamente habrían de levantarse en los valles andinos y en algunos puntos de la pampa”. Pero estas proyecciones son anteriores al exterminio indígena, de hecho son justificaciones de esa campaña militar y a la vez constituyen una extensión de la oposición civilización o barbarie. Polémica que cuanto más se afianza como emblemática de la historia política argentina del siglo XIX más acorta la distancia entre ambos términos.
Uno de los ejes de lectura que informa la discusión civilización o barbarie, y que en mi opinión condiciona la literatura de viaje patagónica, es esa preocupación por la formulación de una identidad nacional que tanto parece depender de la existencia de un estado central hegemónico. Hegemonía que en el caso de la Patagonia se traduce en la violencia del estado argentino contra los indígenas. Ernest Geller señala que la discusión sobre el estado bien puede comenzar con la definición de Max Weber según la cual el estado es el agente que, dentro de una sociedad, posee el monopolio de la violencia legítima. Geller expande esta definición al recordarnos que la institución del estado está diseñada para el mantenimiento del orden que, de hecho, es una de las invocaciones más frecuentes en la justificación del discurso oficial sobre la Conquista del Desierto. Pero esta no es la única asociación presente en este discurso ansioso por justificar la conquista elogiando el futuro de la región[12]. El concepto mismo de nación, que con frecuencia aparece asociado al del estado, no es necesariamente una fatalidad, y aunque en el presente la conexión pueda resultar obvia, es más productivo verla no tanto como algo inevitable que como el producto de cierto momento en la historia económica y cultural de una sociedad, en particular durante la etapa de desarrollo industrial. Geller critica este sentido de inevitabilidad en la asociación de ambos conceptos:
In fact, nations, like states, are a contingency, and not a universal necessity. Neither nations nor states exist at all times and in all circunstances. Moreover, nations and states are not the same contingency. Nationalisms hold that they were destined for each other; that either without the other is incomplete, and constitutes a tragedy. But before they could become intended for each other, each of them had to emerge, and their emergence was independent and contingent. The state has certainly emerged without the help of the nation. Some nations have certainly emerged without the blessings of their own state. It is more debatable whether the normative idea of the nation, in its modern sense, did not presuppose the prior existence of the state. (P. 6)

Una de las características de la literatura de viaje en la Argentina del siglo XIX es su capacidad para extender el registro naturalista, para fusionar el informe científico con el político. Escritos por viajeros, que no sólo están ligados a la esfera pública por la pertenencia pasiva a una clase, sino que son participantes activos: asesores políticos, militares, periodistas, senadores o varias de esas funciones a la vez. Esta íntima conexión con el estado y la certeza de que el futuro de la nación depende de su fortalecimiento, es el programa político con el que viajeros como Francisco Moreno, Ramón Lista, y Estanislao Zeballos dejan Buenos Aires para recorrer y escribir sobre la Patagonia.
Es a partir de este eje crítico, según el cual la existencia de un estado fuerte y centralizado es sinónima de organización nacional, que se determina la representación de los pueblos indígenas. Esto crea una diferencia de peso entre los viajeros británicos y los argentinos. Para los primeros la Patagonia es un territorio a explotar de forma directa por medio de la compra de tierras o de manera indirecta a través de un control de los productos de la zona en el mercado internacional. Pero en ningún momento se plantea la necesidad del exterminio indígena. Los indígenas pueden ser estudiados, educados, explotados o simplemente ignorados pero no se los representa como una amenaza para el proyecto colonial. Se los ve como una comunidad anterior a la de los españoles, independiente y capaz de cuestionar, por el hecho mismo de su existencia, el derecho español a esas tierras. La idea misma de una nación desestabilizada en sus fronteras puede ser mucho más provechosa para los intereses económicos y políticos de un sistema imperial que una nación en control de un territorio consolidado.
Diferente es el caso de los viajeros criollos que, como voceros del estado, ven a los indígenas como una amenaza militar que imposibilita la ocupación de un territorio en litigio con un país vecino. Pero en última instancia se los ve como el obstáculo no negociable, sinónimo de la barbarie, que impide la modernidad. En este sentido la dificultad para una posible negociación con los indígenas hay que buscarla en la dificultad de reconocerlos como una comunidad política organizada, imposibilidad que dependería de la ausencia de un estado central. La barbarie como sinónimo de cultura indígena es para el gobierno de Nicolás Avellaneda, y más tarde para el de Julio A. Roca, un problema político. ¿Cómo negociar con una estructura política inestable en tanto que descentralizada? ¿Cómo garantizar que esas negociaciones sean permanentes? Y lo que es aun más importante, ¿cómo reclamar un principio de unidad nacional y a la vez reconocer una nación, la indígena, dentro de otra nación, la Argentina?
Para Domingo Faustino Sarmiento la solución al conflicto civilización o barbarie implicaba la expansión de la ciudad, la erradicación del gaucho y del indígena. En el momento en que Sarmiento lo formula el estado no cuenta con el grado de centralización necesario para llevarlo a cabo. Para Julio A. Roca, en cambio, se trata de un proyecto cuya inmediatez surge de la expansión de Buenos Aires y de la necesidad de abrir la inmigración para desarrollar una economía industrial. Y esta urgencia es lo que incentiva la proliferación de las narrativas de viaje contemporáneas a la expedición militar. El carácter de permeabilidad de estas narrativas, al que me referí anteriormente, da como resultado momentos en los que es difícil distinguir cuándo los textos se escriben a partir de la iniciativa individual de esos viajeros y cuándo la urgencia de consolidación nacional es el motor que da origen a estas narrativas. La idea de civilización, explícita en estos textos, queda claramente asociada al desarrollo económico capitalista que va de la mano con una concepción de estado central. Sin centralización no hay control ni acumulación y es esta la lógica productiva que viajeros como Moreno o Zeballos exponen como la clave que va a permitir el desarrollo de la zona y por extensión el de la nación.
Una vez aceptada la doble premisa según la cual la consolidación de un estado central se torna en el primer objetivo nacional, y las narrativas deben estar al servicio de esa urgencia, como dice Moreno, se vuelve sumamente difícil escribir sobre tribus locales como otra cosa que “el problema indígena”[13].
Las varias narrativas de Moreno son cruciales para comprender el antes y el después de la conquista. Su carácter de testimonios de esa transición conforman uno de los momentos más intensos de la serie. La instancia de mayor contacto diplomático con los indígenas es también la que coincide con su extermino como comunidad y a la vez la que los transforma en objeto de estudio, una categoría más en el sistema clasificatorio del museo. En un mismo gesto se los elimina en nombre de la lucha contra la barbarie y se los convierte por medio del museo en un índice del desarrollo científico que reafirma la modernidad.
Mucho antes de que se estableciera el teatro evolucionista en el que viajes como el de Darwin inscriben un drama de épocas geológicas, nativos semidesnudos y plantas exóticas organizados como una cosmogonía; ya hay narrativas que intuyen que el objetivo de estos viajes sería la búsqueda de los “antecedentes” culturales y biológicos de la humanidad. Proyectos que se proponen reconstruir in situ una historia naturalizada del hombre primitivo. Esos antecedentes se leen como justificación de ese mismo sistema imperial que ha financiado los viajes, como si las teorías evolucionistas fueran también una explicación y una justificación del origen del imperio. Las interpretaciones evolucionistas de estas culturas sin estado nos las presentan como sociedades “primitivas” que quedan identificadas como una extensión de la naturaleza. Descalificadas de todo tipo de complejidad cultural, política o económica, estas culturas quedan más cerca del reino animal que de la naturaleza humana de los viajeros que la retratan.
Sería un error hacer recaer el énfasis únicamente sobre el aspecto científico de estas narrativas que durante el siglo XVIII y XIX son también parte integral del romanticismo. Narrativas que proponen representar al territorio patagónico como un espacio primitivo y así reconstruir un origen social que es una forma de revelación, revelación secular pero revelación al fin. Que a partir de la modernidad el género experimente una secularización de su discurso no significa que se haya abandonado el tono de búsqueda espiritual que era propio de las crónicas de viaje renacentistas dedicadas a narrar peregrinajes religiosos. La literatura de viaje dedicada a la Patagonia retiene esa búsqueda espiritual y aunque ha perdido la motivación religiosa mantiene una preocupación por el viaje como un vehículo de búsqueda personal.
Y es que la literatura de viaje, aun la que tiene una motivación científica, depende para su funcionamiento de un alto grado de indeterminación que es intrínseca del viaje del que deriva. Susan Sontag dice:
The romantics construe the self as essentially a traveler—a questing, homeless self whose standards derive from, whose citizenship is of, a place that does not exist at all or yet, or no longer exists; one consciously understood as an ideal, opposed to something real. It is understood that the journey is unending, and the destination, therefore, negotiable. To travel becomes the very condition of modern consciousness, of a modern view of the world—the acting out of longing or dismay.

Pero aun si aceptamos que la formación de ese yo romántico se define por el acto mismo de viajar, también es cierto que la narración de ese yo ayuda a definir el lugar por el que se viaja. Por otra parte el proceso por el cual la Patagonia como concepto existe en la literatura que la nombra, y que ya es inseparable del mito que la contiene, se inicia mucho antes del romanticismo. El carácter dramático de la intervención romántica depende tanto de la sublimidad de esa visión como de la simultaneidad con dos grandes transformaciones del paisaje patagónico: el exterminio indígena y la incorporación de la región a la nación.

Tres estadios en la literatura de viaje de la zona
En este trabajo reconstruyo la historia de la formación del mito patagónico a través de la lectura de viajeros que permite identificar los tres momentos que a mi parecer permiten aprehender la zona como un todo.
El primer capítulo se ocupa de los antecedentes no criollos de la zona. Aquellos que, a pesar de la distancia cronológica que los separa, fueron capaces de crear una complementariedad que los une. Antonio Pigafetta autor del Viaje alrededor del mundo (1520) y cronista de Magallanes moldea el imaginario europeo de la zona por medio de una economía descriptiva que ha demostrado ser mucho más persistente que las interminables enumeraciones de sus contemporáneos. En la mirada de Pigafetta la Patagonia se establece como un desierto extremo, poblado por gigantes que constituyen la imagen misma de una antípoda cultural. Como los viajes de Heródoto, a quien siempre se lo ha criticado por desvirtuar o tergiversar la representación de esos otros pueblos, distintos de los griegos, Pigafetta parece preocupado por mostrar no tanto quienes son sino la diferencia entre quien escribe y lo que ve al escribir. Pero al inscribir esta diferencia logra establecer, a la vez, un tono de exotismo cuya seducción marcará varios siglos y múltiples narrativas.
A Description of Patagonia (1774) del jesuita británico Thomas Falkner, es una obra que cumple la función de nexo entre lo nuevo y lo viejo, entre los múltiples relatos que narran el recorrido de la costa continental y el primero desde tierra firme. Escrito muchos años después de haber dejado el lugar, su escritura es modernamente fragmentaria, no sólo por la manipulación editorial de quienes se ocupan de imprimirla sino también por las intermitencias de la memoria que son también las de la narración. Falkner tiene la originalidad de que sus informantes son primeramente los indígenas a quienes se ha propuesto catequizar y a cambio de algunas conversiones los incorpora en el mapa que, dice, es la razón principal de su trabajo. De ese intercambio, que en última instancia es información geográfica por información médica, surge uno de los primeros intentos por representar a los pobladores como una diversidad y para demostrarlo Falkner los nombra y les asigna un lugar en el mapa. La narrativa de Falkner tiene la generosidad de adjudicarle, o reconocerle, a la región una cierta tridimensionalidad: después de la Description la representación de la región tiene no sólo una costa sino también un interior y sus habitantes. La Patagonia tiene así por primera vez un volumen que antes se le había escatimado.
Charles Darwin es el último de los viajeros de esta primera serie de precursores, por ser aquel que va a ayudar a preparar la siguiente etapa, la del inicio de la simbolización del territorio patagónico. Darwin ofrece un sistema interpretativo científico, una teoría de la evolución que a posteriori del viaje proyecta su aura sobre el lugar como si algo intrínseco a la Patagonia fuera capaz de producir un sistema interpretativo como el que diera origen a su teoría de la evolución. La narrativa del único viaje que Darwin hiciera fuera de las Islas Británicas también sostiene su pertenencia a un período romántico y quizás por eso mismo se transforma en una importante influencia en los viajeros criollos inmediatamente posteriores al The Voyage of the Beagle (1839). Esos otros románticos, que como Estanislao Zeballos y especialmente Francisco P. Moreno, ven en el proyecto científico una posibilidad de definir la nación a través del relevamiento del territorio y la constitución del museo.
El segundo capítulo está dedicado a la narrativa de viaje de Francisco P. Moreno que desde el punto de vista de este trabajo forma la línea divisoria que permite reorganizar la formulación del mito patagónico. Moreno no es el único criollo en recorrer y escribir sobre la Patagonia a fines del siglo XIX pero propongo que su obra posee un grado de complejidad mayor que la de algunos de sus contemporáneos. Sus varias narrativas de viaje se presentan como un proyecto simultáneamente político, científico y diplomático que logra transformar la historia de la región y del país. En parte porque Moreno escribe sobre la región antes y después de la Conquista del Desierto sus libros muestran un punto de transición en la historia de la representación de la zona. En parte también porque la diversidad de su registro, que abarca la etnografía, las ciencias naturales y la política tienen la capacidad no sólo de mostrar o describir sino de participar de los cambios que definen a la Argentina como una nación moderna.
El tercer y último capítulo está dedicado a Idle Days in Patagonia (1893), de William Henry Hudson. Propongo leer este texto como la propuesta según la cual la inmersión en el paisaje patagónico constituye la posibilidad de una experiencia de revelación personal. Me ocupo primero de algunos de los trabajos críticos que han restringido la obra de Hudson a su ambivalente filiación nacional, entre Argentina e Inglaterra, pero que no han tomado en cuenta la influencia de los escritores trascendentalistas que informan esta narrativa. Luego, al examinar la noción de wilderness propuesta en el texto, sugiero que Hudson subvierte la ecuación civilización y barbarie al revalorizar la noción de naturaleza y presentarla como el punto de partida para la recuperación de lo primitivo. Sostengo también que la internalización del paisaje, implícita en su idea de naturaleza, inaugura un nuevo tipo de narrativa de viaje por la zona.
Contrariamente a una visión de la historia como una sumatoria, según la cual cada nuevo aporte nos acercaría progresivamente a una visión cada vez más definitiva de la literatura nacional, propongo en cambio leer estos textos como superposiciones. De tal forma que más que un desarrollo lineal, esta serie de viajeros va dando volumen a la representación de la zona. Sus superposiciones e intertextualidades aumentan sus posibilidades interpretativas de quienes las leen y contribuyen a la densidad de quienes vuelven a inscribir una y otra vez el viaje a la zona. A la vez he tratado de tomar en cuenta muy especialmente las circunstancias históricas y políticas en las que estas narrativas fueron escritas. La literatura de viaje de la zona conserva un grado de especificidad tal que permite leer los textos como parte del imaginario argentino, a pesar de que las lenguas en las que fueron escritas no sean siempre ni el castellano ni las lenguas de los indígenas. Más útil que tratar de ofrecer una idea resuelta de la identidad nacional es mostrar que estos relatos de viaje ponen en escena los fantasmas de lo salvaje como sinónimo de América. El deseo común de estas narrativas por definir la región no logra resolver lo evasivo de una noción de identidad que depende tanto de los viajeros que visitan la Patagonia como del momento histórico en que se escriben.
Todos ellos contribuyen a la formación del mito patagónico como desierto, tierra de nadie, inconmensurable, poblada por gigantes que restringen el acceso a la zona en la que quizás se encuentre el paso que una los dos océanos o la prueba geológica que explique la evolución de la tierra. El mito no oculta pero distorsiona y empobrece aquello que está lleno de significado. Así los indios quedan desprovistos de su historia, transformados en gestos caracterizados como gigantes, como mansos o como violentos, como pieza de museo o como idealización de una forma de vida. Una vez vaciado el mito puede volver a llenarse según las necesidades marcadas por un momento cultural. La fuerza del mito está en su capacidad de naturalizar la historia. La colonización, el encuentro con los indígenas, en última instancia la ocupación de un territorio y lo que habrá de ser la justificación de esa guerra de ocupación requieren de ese vaciado. Requieren que se presente a la Patagonia, a los indígenas y al territorio, como un fenómeno natural cuya historia se funde con la narrativa misma del viajero. Esa naturalización del paisaje y de sus habitantes, como lo sugiere la cita de Guy Debord que abre esta introducción, adopta un nuevo sentido y problematiza las narraciones de los viajeros, cuando se los ve a través de la historia, cuando se los intenta captar como un conjunto detrás del mito.

[1] Esta percepción del territorio patagónico se mantiene hasta principios del siglo XX. Basta como ejemplo la edición de 1911 de la Enciclopedia Británica en la que se incluyen artículos separados, uno para Argentina y otro, separado, para la Patagonia. Narrativas más recientes como la Bruce Chatwin, In Patagonia o la de Paul Theroux, The Patagonian Express dependen en parte de cierta visión autónoma de la región que de otra manera implicaría entre otras necesidades un conocimiento mínimo del castellano o una idea más precisa de la historia argentina.

[2] Excluyo de esta investigación las narrativas cuyo énfasis es el viaje de caza o el turismo de aventura que no tiene aspiraciones científicas, etnográficas o políticas.

[3] Para una historia pormenorizada del género durante el período renacentista que es tan influyente para las narrativas por venir en América, ver la excelente introducción de Jas Elsner y Joan-Pau Rubiés: Voyages & Visions: Towards a Cultural History of Travel. London: Reaktion Books, 1999.

[4] Existen trabajos de investigación dedicados exclusivamente a los viajeros británicos, entre ellos el de Santos Samuel Trifilo La Argentina vista por viajeros ingleses 1810-1860 (1953) y más recientemente el de Adolfo Prieto Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argentina. (1996)

[5] En un sentido absoluto los mapas, claro está, nunca se cierran pero algunos de ellos han estado por mucho tiempo expuestos a las idas y venidas de los imperios coloniales.
[6] El interés por el sur puede servir también como una manera de historiografiar las crisis de la ciudad de Buenos Aires. Ya sea que se trate de la fiebre amarilla o de la crisis política de los sesenta, el sur parece representar el refugio interno por excelencia.

[7] Una historia de los intentos utópicos que tuvieron lugar en la Patagonia tendría que incluir, entre otros, al Rey de la Patagonia y la comunidad alternativa del Bolsón. Para una ficcionalización del primero ver La película del rey.

[8] El reciente libro de Adrián Gimenez Hutton, La Patagonia de Chatwin (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1999) es uno de los ejemplos más extremos de una narrativa que depende enteramente de uan narrativa anterior. De manera similar Lady Florence Dixie escribe Across Patagonia en gran parte a partir de la de George Musters.

[9] Aunque el mecanismo de citas y referencias ya está presente en las narrativas más antiguas, recién la segunda mitad del siglo XX cuenta con una narrativa sobre la Patagonia hecha sola de citas de viajeros anteriores. Para ese entonces el grado de simbolización del viaje a la Patagonia se encuentra tan mediado por la intertextualidad de sus crónicas de viajes que es posible publicar un libro que, como Nowhere is a place de Bruce Chatwin y Paul Theroux, presente un viaje hecho de los jirones textuales de otros viajeros. ¿Sugiriendo así que el único viaje a la Patagonia que nos queda disponible es el de la lectura?

[10] Es difícil subestimar la importancia del impacto tecnológico en la literatura de viaje cuando en un viaje que se llevó a cabo en 1999, por entre las cumbres más altas de la Cordillera de los Andes, los viajeros informaban de su viaje a diario por medio de computadoras portátiles, cámaras digitales y módems inalámbricos con lo cual el viaje se transformó en los comentarios de las imágenes que los viajeros enviaban a través del Internet.

[11] El último trabajo de James Clifford, Routes: travel and translation in the later twentieth century es un buen ejemplo de cómo redefinir el género por medio de uno de sus intereses. Clifford decide, previsiblemente desde la postmodernidad, ir en la dirección opuesta que caracteriza al fin de siglo XIX. En lugar de enfatizar la supuesta objetividad de la narrativa de viaje antropológica, prefiere deliberadamente enmarcar su subjetividad. Para un estudio pormenorizado de lo subjetivo en el discurso antropológico es de gran utilidad el texto antes mencionado de Clifford Geertz, Works and lives.

[12] La conquista del desierto se llevó a cabo durante la administración del presidente Julio Argentino Roca (1880-86), la cual coincide con el momento de mayor desarrollo industrial en la historia de la Argentina.

[13] Y este comentario alcanza no sólo a la literatura de viaje dedicada a la zona sino también a novelas que como las de Estanislao Zeballos, están preocupadas por la documentación histórica y citan poco menos que verbatim, entre otros, los partes de guerra y los comentarios estratégicos que Roca hace sobre la técnica de combate de los indígenas.