Testimonio de Marta Zabaleta


CRONICA TESTIMONIAL DE UNA LIBERTAD LIMITADA.

Como pata en charco ajeno

El patito ausente

(13 de noviembre de 1976, Parque Palermo, Buenos Aires, Argentina)

Reteniendo la respiración, miré hacia atrás, pero con mucho más aprehensión esta vez. Desde el asiento delantero del auto de mi amiga, trataba de adivinar cual sería el destino del patito amarillo de Yanina, abandonado ahora en un lago de Buenos Aires. Lo habíamos dejado solo, librado a su suerte en la ciudad del terror. Me sentía muy culpable.

No sabía que la libertad adquirida al ser expulsada en violento trámite sumario el 22 de noviembre de 1976,(al igual que de Chile el 5 de octubre de 1973) me daría la oportunidad de adquirir una nueva identidad. Algo así, diría, como una multiplicidad de facetas acumulativas, que no serían necesariamente ni concéntricas, ni siempre tampoco complementarias. Esposa de, madre de, refugiada, extranjera, victimizada, profesional desocupada primero, doctorada después, profesora, madre soltera, investigadora, blogera, poeta, escritora, organizadora, entre otras. ¿Esquizofrenia? No. Diría más bien, que es como que existe una cierta incompatibilidad ordenada entre las aspiraciones pasadas y la fuerza de las cosas: aterrizar a los casi 40 en un medio social y cultural ajeno, sin saber el idioma local sino que por el uso limitado que hice del inglés cuando estudiaba un postgrado en Chile. Leía entonces un inglés científico y acotado, en libros americanos de materias tales como Matemática para Economistas y Teoría de las Probabilidades. Eso ocurría en ESCOLATINA, Universidad de Chile, (1963-64), en mi querida ciudad de Santiago, adonde me había trasladado desde Rosario con el objeto de formarme como economista, luego de recibirme de Contadora Pública y Perita Partidora en la Universidad del Litoral (Rosario, 1956-1960). Muerta ya prematura y repentinamente mi madre, Catalina Gerlo Galesi, de la que fuera la única hija. Viajé entonces con ese trauma a cuestas, y el cruce Los Andes puso una cierta cortina a ese dolor cuando aterricé allá, el 6 de marzo de 1963, creo.

Un descenso al abismo. Aquel vacío que existe entre el propio ser imaginado que seguía habitando en mi fantasía y la aburrida, a veces muy cruel, realidad circundante. Ser o sentir, actuar o meditar. Ideas con frecuencia pujando una contra la otra (o las otras) en la ansiedad de una misma persona, de manera que recuerda a lo que ocurre en la antigua pugna de los discursos ideológicos cuando los centros de poder tratan de ejercer su propia dominación e imponer su hegemonía en un mundo marcado por las más diversas desigualdades sociales. Puja ésta que, por suerte y definición, no puede sino que tener un carácter transitorio, me decía, ¿o me volvería loca en el exilio?, me preguntaba...

Veamos: si se lo asume positivamente. O sea, de acuerdo con la manera de pensar que está de moda, y si como lo afirma desde hace siglos el refranero español según el cual

“no hay mal que dure cien años,

ni cuerpo que lo resista”,

se concluye que se puede llegar a ganar y a avanzar bastante con la experiencia del exilio. Se necesita mucha, pero mucha fuerza de voluntad, eso sí. Y se puede ir acostumbrando una, poco a poco, a mirarlo todo de nuevo. Desde el Norte, por decirlo de alguna manera. E ir así, imperceptiblemente, adquiriendo – y asumiendo - una nueva manera de ser y de hacer, sin perder por ello todo lo que se era y se tenía entre manos al momento de asilarnos. No todo, en suma, implicaría ruptura. Pérdida. Depresión. Nostalgia. Añoranza, como lo percibí los primeros años. Drama, quejas, vacío.

Para quienes hicimos en pocas horas la transición violenta entre tener que abandonarlo todo en un país por la fuerza - menos la propia vida y la hija - y en pocas horas que parecen siglos depositada en otro, es muy traumático. Y eso aunque en mi caso, la primera vez llegué de prepo pero a mi país de origen. Lo pero fue que dejaba atrás una experiencia revitalizante, la de intentar cambiarlo todo, a un pueblo derrotado y masiva, salvajemente reprimido; dejar atrás a quienes serían condenados a fusilamiento en las mazmorras de la dictadura; una casa semidestruida; una maravillosa familia política; una carrera; amigas y amigos, la resistencia. Todos mis libros acumulados en una vida… Mi primer poemario ‘Espiroqueta’, destrozado por los que profanaron nuestra vivienda.

En suma, quedé un poco enterrada allá, adonde aun tiemblan en mi cuerpo los misterios de su tierra, mis desaparecida/os … raíces quebradas luego de haber residido en Santiago y Concepción por más de 10 años, y de haber adquirido hasta los vocablos y la cadencia idiomática del Sur del Sur…de haberle cantado a la libertad con Violeta, Víctor Jara, Quilapayún, y con esos cientos de alumnas y alumnos mientras recogíamos la simiente de la revolución que germinaba en valles, ríos, quebradas y lagos, y en los susurros de los pinos y el mar, siempre el mar/

\ y tres años después llegar otra vez. Dejando atrás otra vez todo, casa, padre, toda la familia, la tumba de mi madre, amigas y amigos de la infancia, la secundaria y la universidad, más amigas/os desaparecidos/as, encarceladas/os, exiladas/os dentro y fuera del país. Sin ninguna otra motivación que la de intentar respirar sin miedo, volver a renacer y salvar a nuestra hijita.

Ese íntimo deseo de creer que se puede recuperar una sensación nueva de libertad, habiendo dejado atrás el horror cotidiano que impuso el Proceso de guerra sucia contra lo mejor del gran pueblo argentino, ¡salud!, al llegar a otros países: Inglaterra y Escocia. Países tan diferentes entre sí como al mío. Adonde el gran desafío consistiría finalmente en resolver la disputa casi permanente entre el ser y el estar, verbos del castellano que para más mala pata aun, se resumen en la lengua local en uno solo: el verbo inglés ‘to be’.

Un verbo que me resulta aun insuficiente para comprender en plenitud la condición humana.

La lorita: iletrada, ama de casa, desocupada

(Inglaterra, 23 de noviembre de 1976)

El exilio, a mi, me convirtió automáticamente y otra vez, después de haber quedado sola con mi hijita chilena en Buenos Aires por cerca de ocho meses, mientras su padre estaba primero desaparecido y luego prisionero en Devoto y en la Unidad 9 de La Plata y finalmente otra vez en el Cuartel Central de Coordinación Federal en la capital, Buenos Aires (siendo repetidamente torturado en todas esas dependencias), primero y antes que nada, y especialmente ante los ojos de las y los nativas/os del Reino Unido, incluso de mis pares de la academia y/o de los organismos de solidaridad, en un ser casi invisible, ‘la esposa de’.

Eso consistí tuyo una prueba de fuego para mí. Fue una experiencia muy fuerte, que fácilmente se tradujo en una profunda depresión reactiva al cambio.

En mi caso, yo había subido en Eseiza a un avión que me llevaría a la libertad en un país europeo elegido para nosotros por los represores militares argentinos del Ministerio del Interior del Gral. Arguindegui, luego de que el Presidente de facto, Gral. Videla, firmara el Decreto de expulsión el 16 de agosto de 1976: Escocia.

Si allá me sentía observada y perseguida, era tratada como una mujer exitosa, profesional conocida a nivel internacional, de extracción y educación de clase media, de piel blanca, y altamente calificada. Poseo además ya desde niña, otro titulo ganado en buena ley por mi hábil desempeño con las palabras: ‘Piquito de Oro’. Y el de Jesús Memoria. Ambos me fueron otorgados por mi padre. ¿Sería que Juan Gaviota no estaba en sus estanterías? Esa lorita hablaba hasta por los codos, y ganaría casi todas las lides de la palabra, primero en la escuela secundaria, y luego en la universidad. Con el tiempo y con más diplomas, fue capaz de discutir en términos legales, pero no de igual a igual, claro, con altos oficiales del Ejército Chileno, o de Gendarmería Nacional, en Bariloche, y del Ejército Argentino, y los de sus organismo de inteligencia, inéditos procesos de cómo hacer para salir con vida. De la pendiente visita de la Caravana de la Muerte al estadio municipal de Concepción, 1973. O como encontrar con vida a un desaparecido político extranjero en 1976. Sentando a veces, con la ayuda de mi imaginación y de excelentes amigas y amigos, y una terrible solidaridad internacional, nuevos precedentes legales, jurídico-prácticos que a la postre dieron con nosotros tres aterrizando vivos en esta isla.

Esa lucha es muy desigual, y desgastadora. Lo llevé adelante siempre abiertamente, creo que con dignidad y enorme eficiencia, pero sin ninguna cautela. No me importaba que el país estuviera o no bajo estado de sitio –eso fue una constante en mi vida, pues nací en tiempos dictatoriales. Creía que estaba acostumbrada. En 1943,1955, 1962, 1966,1976,… ¿cuál sería ahora la novedad?, me dije al escuchar la radio el 24 de marzo. Que la legalidad habia sido suspendida por decreto de la Junta de Comandantes de las Fuerzas Armadas de la Nación, que comenzaban así su gobierno inconstitucional. Presidida por el General del Ejército, Videla, el mismo veterano de las barracas y la traición, que hoy día es juzgado en Buenos Aires por varios crímenes contra la humanidad (ver detalles en mis blogs, por favor)[1].

Con la misma mezcla de osadía y candidez que tipifica mi actitud hacia todo, me dispuse a encontrar al padre de mi Yanina.[2] Que había sido secuestrado desde la oficina del periodista suizo Luc Bandaret y junto con este, en la calle Corrientes, Buenos Aires, el Jueves Santo, abril 1976 por la mañana.

De personas (y lenguas) vivas o muertas

Partí en mi primer viaje a Europa convencida del poder de mi palabra. No sabía que al aterrizar aquí me verían más bien como a una analfabeta, sorda y muda, después de percibirme apenas como la mujer esposa de – o sea, la sombra de un cuasi héroe latino. O, en el mejor de los casos, como mujercita: buena- mujer-madre. Y yo, que ante mí, me sentía la triste poseedora de una lengua muerta, inútil entre tanta gringada, simpática a veces pero parlante en una incomprensible gualen: el Glaswegian.

Porque el destino final del asilo era Glasgow, en Escocia. Poco después de llegar allí, en diciembre 1976, Glasgow se constituyó en centro de una campaña nacional de solidaridad con Argentina. Ese hecho fue definitivo. Me dio aliento para reiniciar la actividad política militante, apoyada en la solidaridad especial de dos grandes compañeros. Una era la Dra.Jackie Roddick, colega que luego fue también mi gran amiga, canadiense, fallecida trágicamente en el 2000, quien, por ejemplo, tradujo simultáneamente por cuatro horas, la entrevista que me pidió Spare Rib con motivo del Mundial de Fútbol del 1978 que se llevaría a cabo en Buenos Aires. El otro, fue un inglés socialista, hijo de un emigrado español republicano, hoy Profesor jubilado Mike González.Jackie y Mike me ayudaron de mil formas a recuperar gran parte de la autoestima, turnándose para interpretar y/o traducir mis ideas y mi dolor al inglés. Ellos me prestaban sus palabras para que yo pudiera expresar y participar en los muchos actos de solidaridad para con las/os chilenas/os y argentina/os que estaban encarcelada/os y/o desaparecidas/os. En las fábricas de Glasgow y en los pubs de Edimburgo, lo hizo Mike. Entre las mujeres de los sindicatos, Jackie. Y también en el hospital Queen’s Mother cuando tuvo que traducir durante nueve meses mis problemas reproductivos, y también después que nació en septiembre de 1977 mi hijo escocés, Tomas Alejo Hinrichsen Zabaleta. Para presentar las 20 páginas de la Propuesta para estudiar para un D.Phil.( Doctorate of Philosophy) en el Institute of Development Studies (IDS), escritas en su perfecto inglés, en marzo de 1980, Mike. El lío vino cuando yo tuve que exponerla…en inglés… Para apoyar a las mujeres de Greeham Common y a las Madres de la Plaza de Mayo, Jackie. Para hablar en reuniones de mujeres escocesas militantes, acerca de por qué Allende no se preocupó por legalizar el aborto durante el gobierno de la Unidad Popular (1970-73), Jackie. Para hablar en actos universitarios y en sindicatos alrededor de toda Escocia, Mike. ¿Existiría una división genérica del trabajo de traducción tan establecida?, me preguntaba. Y aun lo pienso.

El exilado: hombre, casado, padre de familia, investigador contratado, casi un héroe revolucionario

En el aeropuerto de Heathrow en noviembre de 1976, descubrí a otra persona: mi esposo. Había estado involuntariamente separada de él por cerca de los ocho meses que duró su prisión en Argentina, y nunca antes de eso me había apercibido de que hablaba bien en inglés. Este hecho en principio afortunado, iría a sellar una real dependencia mía hacia él aquí en el exilio. Porque debido a que yo no hablaba inglés, por años fue él quien tuvo que hacerse cargo de las compras de la comida, primero en Glasgow y luego aquí, en Essex. Y eso creo que no lo hacía, precisamente, muy feliz. En Chile, en cambio, era yo quien se ocupaba de todo eso. E incluso llegué a ser dirigente comunal en la ciudad de Concepción, a raíz de mi intenso trabajo en las JAPS (Juntas de Abastecimiento y Precios) comunales y regionales existentes durante el gobierno de la Unidad Popular (Chile, 1970-1973), y en los cuales yo representaba voluntariamente las posiciones del Movimiento de Mujeres Revolucionarias, grupo feminista de presión del cual fui co-fundadora en 1971, y que actuaba como otro frente de masas del MIR (junto con el Movimiento Campesino Revolucionario, el Frente de Trabajadores Revolucionario, el Movimiento de Estudiantes Revolucionarios y el Movimiento de Pobladores Revolucionarios).Todos estos frentes de masa cuales apoyaban críticamente al gobierno de siete otros partidos de izquierda, que constituían la UP.

Aquel día en Londres, el 23 de noviembre de 1976, al llegar a una nueva tierra, fue maravilloso ver avanzar a Alberto, libre por fin, hacia el subterráneo llevando en brazos a nuestra hijita de casi cuatro años, Yanina Andrea Hinrichsen Zabaleta, a quien yo hubiera tenido que llevar si no en su sillita de paseo. Alberto allí mismo aprendió a usar - en un abrir y cerrar de ojos - el Norte, el Sur, y todo lo demás, en el mapa y en los trenes del metro de Londres. A mí, en cambio, entender como moverme en Londres me llevaría varios meses, si no años, de confusión y alarma. ¿El no saber inglés habrá servido como mecanismo para replegarme y hacer de esta casa un refugio del refugio? Creo que sí.

Pero recuerdo que ese día en que llegamos desde él aeropuerto a la estación de trenes de Victoria, cuando aun no sabía que la mía sería una libertad vigilada, limitada y controlada, fui yo la que descubrí casi sin esfuerzo que aquello feo y negro era un taxi, no un coche de segunda mano de la familia real. Y lo llamé gritándole en argentino: ¡TAXI, TAXI! Y se paró.. .¿Sería eso un reflejo condicionado, resabio de mi infancia argentina? Tampoco lo sé, pero fue algo que por un instante me hizo sentir argentina otra vez.

Sentir que viajaba en auto y con chofer, me restituyó hasta que llegamos al Hotel Holland Park a aquella sensación de seguridad de que gocé durante mi infancia rural, cuando a la salida de la escuela me esperaba el chofer de mi padre. Me sentí ‘protegida’. ¿Miedo a la libertad?

Al llegar al hotel, puse la radio. Y casi me morí, porque mi nena dijo:

- ¿…Será posible…? Esa radio no sabe hablar. Que vergüenza le debe dar a la pobre Libertad.

Marta Raquel Zabaleta, nació en Alcorta, provincia de Santa Fe, Argentina, el 26 de junio de 1937. Reside en el condado de Essex, Gran Bretaña, desde 1978.

23-10-2010, día en que se cumplen 34 años de su exilio en Gran Bretaña.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por escuchar mi voz, querida colega, Edith.
    Hoy a las 15.38pm le hablé a mi hija, artista y matématica, que trabaja en un puesto ejecutivo de la London School of Economic and Social Sciences (LSE), y le recordé que hoy hacen 34 años que llegamos. Y después le dije:
    -Asomáte a la ventana, y mirá el sol, che.
    -Ahi vos tenés SOL?
    -No, pero hay como un, qué sé yo, una lucesita al costado izquierdo de la ventana del living...y hay, luz de invierno, viste?
    -Estaba así de gris hace - CUANTOS!!!????- 34... años?, contestó Yanina, siempre con esa manera de ser medio chilena medio porteña, que yo pensaba que debía registrar para escribir la postdata de los libros de Mafalda.
    "Comí toda la sopa, pero me ignoraron igual: aquí estoy, en el exilio y sin un hermano, como el que espera la nena de La Escuelita.Todo es igual".
    Y fue difícil, pero no imposible. Diez meses después, nació en inglés nuestro escocés, the wee brother,Tomás Alejo. Tu hermano...
    GRACIAS A LA VIDA

    Y hoy, también a VOS, Edith,
    Marta Zabaleta

    ResponderEliminar
  2. Querida Marta
    aunque conocía tu texto, al volver a leerlo me emociona como la primera vez. Agradezco que además de conocerte a tí, tenga la alegría de conocer a Tomás y Yanina.
    Un abrazo
    Ri

    ResponderEliminar