El exilio como condición poética[1]
Luis Alberto AmbroggioAcademia
Norteamericana de la Lengua
Pareciera
que el poeta llevase el exilio a cuestas, o mejor dicho, adentro. Ser poeta es
estar lejos, lejos incluso de uno mismo. Como la ceguera atribuida o real de
los poetas antiguos, el exilio (en su más amplio sentido) permite al poeta despegarse
de la realidad, desterrarse, para entrar en el corazón de las cosas, recrearlas
y sólo así expresarlas con devoción. Este ensayo cae en la abundante poética
hispanoamericana que respira el tema más que otras literaturas.
Sin
minimizar la importancia de exilios políticos, ideológicos o económicos (todos
ellos hijos de un mismo padre), en esta búsqueda quisiera entender la inquietud
poética desde mi propio exilio, desde la emigración de mi tierra natal, desde
la inmigración y residencia en el país donde actualmente ciudadanizo sin
pertenecer del todo y, principalmente, desde mí mismo. En resumen, trataré de
captar el exilio como
condición poética. Encuadro el análisis en los versos de Poemas Humanos de
Cesar Vallejo: “Alejarse! ¡Quedarse! ¡Volver! ¡Partir! Toda la mecánica social
cabe en estas palabras” (341); y los de Octavio Paz de su poema
“Epitafio sobre ninguna piedra” de Árbol adentro: “… Yo andaba por el
mundo./ Mi casa fueron mis palabras. Mi tumba el aire” (550).
No pretendo ser experto en “exilio”,
sino simplemente una más de sus innumerables víctimas y expresiones, todas
ellas válidas a partir del
destierro original de aquel paraíso perdido en el Génesis del universo. Desde
entonces somos intrínsecamente errantes. Elegimos exilios, sufrimos exilios
forzados, nos exiliamos a nosotros mismos escapándonos sin irnos de una
cultura a otra cultura, de un dominio a otro. Como en el caso de la cultura chicana sufrimos
quizás hasta un triple destierro: nos rechaza nuestra cultura supuestamente
originaria, no nos acepta nuestra cultura adoptiva y nosotros mismos nos
desterramos.
El exilio, como condición poética, implica algo de todo
lo que significan las expresiones que alisto a continuación: desapego, delirio,
destierro, trance, escape, desarraigo, vuelo, arrebato, huida, sueño, otredad,
el “no-yo”, expresiones que de algún modo describen también el fen6meno de la
inspiración. Ya desde la mitología griega el destierro estaba entrelazado
fatalmente con la creatividad en general y la poética como tal. Hefaistos, el dios griego de la
creatividad nació con tal fealdad que su madre Hera lo arrojó del monte Olimpo. Así, el dios de la
creatividad (del fuego también), aparece como un solitario rechazado—como en ocasiones la creatividad misma—por la
sociedad, la familia, el amor y el propio estado anímico que necesita una
situación un tanto caótica para florecer. Los sicólogos hablan de una depresión
creativa que físicamente toma la forma de una alienación, por ejemplo alcohólica,
y que ha penetrado la obra de algunos poetas hispanoamericanos importantes.
Entre
los clásicos españoles, el escape de uno mismo, místico o profundamente humano como en el enamoramiento, ha producido también versos como aquellos inmortales
de Teresa de Ávila: “Vivo sin vivir en mí, / y tal alta vida espero, / que muero porque no muero” (Blecua 121). Mucho
antes, en su Diálogo Ion o de la poesía, entre Sócrates – Ion de Efeso,
Platón hablaba del poeta como poseído y Sócrates allí lo describe como “un ser
alado, ligero, sagrado, incapaz de producir mientras el entusiasmo no lo
arrastra y lo hace salirse de sí mismo ... No son los poetas quienes dicen
cosas maravillosas sino que son los órganos de la divinidad que nos hablan por
su boca”. Sin embargo, no se trata sólo de un escape de uno mismo sino hacia
uno mismo. Ensimismamiento que se cubre con una simbólica ceguera, el silencio
o una loa a la vida solitaria, como en la canción de Fray Luis de León que
gustaba a poetas tan dispares como Edgar Poe y Jorge Luis Borges: “Vivir quiero
conmigo,/ gozar quiero del bien que debo al cielo,/ a solas, sin testigo,/
libre de amor, de celo/ de odio, de esperanza, de recelo” (“Vida retirada”).[2]2
La ceguera de ese Homero figurado, con un viento fogoso que parte
de sus ojos, dramatiza la fuerza interior que crea la belleza, un adentrarse
para posibilitar la invención de un vuelo soñador, de una realidad rica en
interioridades. El poema es entonces la narración de ese viaje, un viaje infinito;
el itinerario del
poeta que, en palabras de Roberto Themis Speroni, lleva un“corazón sin
tierra ni hospedaje”. Ciego al exterior (como
un Borges), el poeta se puede inventar de una manera inagotable.
El silencio es otra de las expresiones de auto-exilio en tanto
implica un retiro no sólo de afuera hacia adentro sino también desde adentro
hacia fuera. La connotación espacial del
silencio ofrece una extensión a la soledad
fecunda o al apartarse ya tranquilo desde un donde. El silencio, lenguaje de la
distancia, no importa cuantos sean sus metros. Nunca el silencio impresiona como falta de
comunicación; ni siquiera el silencio forzado que explota de hostilidad y
martirio y que grita más fuerte cuanto más se quiere silenciar con tiranías. De
hecho, las almas
comulgan en silencio o a gritos durante los momentos más emocionantes. El
silencio—como el exilio o como
una manifestación del
mismo—está relacionado a la vez y en forma contradictoria con lo íntimo y lo
lejano. En ese silencio creador el poeta se esculpe con tranquilidad y enajenación,
parafraseando a Fernando Pessoa.
Dentro del ámbito de ensimismamiento
se llega a veces a producir el rechazo de uno mismo, como cuando el gran poeta peruano exclamaba
“Cesar Vallejo, te odio con ternura”. Vallejo, como Hefaistos, se sentía rechazado desde el
nacimiento: “Yo nací un día/ que Dios estuvo enfermo y grave”, con un exilio
que lo separaba de sí mismo, de su tiempo y eternidad: “Murió mi eternidad y
estoy velándola” (216). Ceguera, silencio, ensimismamiento hasta sus últimas
consecuencias. Pero la soledad
alimenta un contexto fértil. Siendo el poeta, como
exiliado: “un inquilino de la soledad”
(Gelman 39), por antonomasia, la vida solitaria tiene muchos trovadores. El poder
de la ausencia ya sea voluntaria o impuesta se convierte en fuerza poética al
querer hablar con alguien (que puede ser uno mismo) dentro de las angustias que
imponen por igual el tiempo y el espacio: ausencia de juventud, por ejemplo;
lejanía de un amor. El destierro –que el individuo ensimismada y
solitariamente vive– el poeta lo vive por escrito.
La obra inicial de Ernesto Cardenal acaso sea, dentro de los
poetas hispanoamericanos contemporáneos, una de las manifestaciones más
representativas de la relación entre la vida poética y la vida solitaria. Así
como para poseer a Dios, en la mentalidad contemplativa de un San Juan de la
Cruz, por citar un nombre, uno tendría que desposeerse de todas las cosas, por
igual el ser poeta requiere renunciar a todo, desterrarse, aislarse en la
cartuja de la contemplación, para poseer el Todo.
Exilio y geografía
Frecuentemente el exilio acarrea una dimensión geográfica
concreta, aunque ésta pueda no ser necesariamente real. Esta referencia se
agiganta en intensidad cuando intervienen circunstancias tales como
la violencia ya sea en el origen como
en el destino; o cuando existe una fatalidad definitiva, una desaparición
abrumadora. El apego/desapego de la tierra como
concreción culturalmente geográfica provoca un rango de expresiones desde Lucie
Delarue-Mardrus con: “Ah, nunca voy a curarme de mi tierra” (Le deux lunes
de miel) hasta José Martí al proclamar: “Patria es humanidad”.3 Incluso la experiencia
que yo mismo evoco como
“descielo”, un desgarro casi substancial sin lugar que precede al
destierro. Benedetti, por su parte, compara el símbolo por excelencia de esta
realidad (Cristo) a su propio exilio en aquellos versos: “Jesús y yo salvadas
las distancias/somos dos habitantes del
exilio…/yo/oscuro y fracturado/sin mi tierra/él/pobre desde siempre sin su
cielo” (“Sin tierra Sin Cielo” 1993: 20).
Aunque para Alejandra Pizarnik el poema es la tierra prometida
donde el exilio se acaba, la poesía es el lugar donde todo sucede, para el
desterrado (y el poeta sintiéndose como tal) es
como si le
socavaran la tierra por debajo, le faltara el suelo y tuviese distancia de
sobra (en la edición de Textos de Sombras y últimos poemas). Y ¿será la
poesía –o el sentirse pueblo universal como Neruda– el país secreto que
descubre Benedetti como alivio a su destierro, el de otros, el de todos, en un
cerca y en un lejos casi perenne, destierro que sobrepasa los límites
geográficos, concreciones lugareñas onacionalistas, cuando establece: “he sido
en tantas tierras extranjero/… pero voy descubriendo/otros destierros de
otros/ que empiezan o concluyen/ destierros que se fueron allá cerca/ y vuelven
aquí lejos ... aquí lejos está/ nunca se ha ido el país secreto/ ... un día
aquí lejos/ se llamará aquí cerca/ y entonces el país/ este país secreto/ será
un secreto a voces”? (2001: 17)
En las condiciones explicadas, un
destierro—como la poesía que lo expresa— nunca
se refleja como
un paso turístico, superficial sobre espacios ajenos, admirables, intocables.
En nuestro destierro los espacios nos tocan profundamente y nuestro paso por
ellos está escrito con sangre. Todos los desterrados sufren nostalgias de algo:
una galaxia (La Cruz del Sur, por ejemplo, para Cortázar en su poema-tango),
una topografía, una piedra (el Chañi de Juana Arancibia en su poemario Porque
es de piedra el corazón de todo, detalles irremplazables o un allá desde
donde siempre se viene y a donde siempre se va en una peregrinación o fuga
incesante, rumbo, enigma del que en un momento determinado sólo se es una
escala precaria y momentánea, parafraseando a Benedetti. Nostalgia que se
escucha a gritos en versos tales como: “Cuando me escribas/de las ciudades/en
ingenuas postales/ de tiendas/ malheridas/ no me cuentes/ ni de muros/ ni de
iglesias/ mándame/ una campana,/ el ruido escondido/ de una fuente,/ dibújame/
un trozo de cielo/o la raíz del sueño/ amaneciendo” ( 2001: 18).
El punto geográfico-sentimental de referencia (llamémoslo patria,
tierra, cultura) para el exiliado tiene la característica emocional de unicidad.
En versos de Juan Gelman: “Porque mi tierra es única;/ no es la mejor, es
única” (2008: 96). Incluso cuando esta unicidad se diluye en idealismos que
niegan fronteras o ideologías internacionalistas, como
en el caso del
“Fugitivo” Neruda, nadie puede dudar de su existencia, la chileneidad de sus
poemas. Muchas veces en la vida de Neruda, la noche representaba la unidad
protectora que, conjuntamente con el sentirse pueblo en cada pueblo le creaba
una sensación de acogida universal o hermandad por encima de las geografías:
“No me siento solo en la Noche,/ en la oscuridad de la tierra./ Soy pueblo,
pueblo innumerable” (268). Siendo pueblo, no se sufriría el destierro,
primordialmente el destierro de la injusticia social y política. En el contexto
de exilio forzado, el exilio se ve como “otro mundo diario, como error .../ Nos
destierran y nadie nos corta la memoria/ la lengua/ los calores ... La gente
queda dolorida, /la tierra queda dolorida ... Tenemos que aprender a vivir como
el Clavel del aire, solo de aire ... segada su propia identidad/ la familia/ el
terruño desaparición de amigos ...” (Gelman 2008: 97). Este exilio es sufrido
con la cortante aserción de Rigoberta Menchú al decir: “Crucé la frontera amor
…”. Haciendo caso omiso de separaciones limítrofes, lenguajes, regímenes o
épocas, el poeta es un exiliado donde quiera y como
quiera, por su condición misma de poeta, como
lo afirmaba generalizadamente Alvaro Mutis en sus creaciones.
El exilio en otras manifestaciones
En la poesía femenina o en el lado femenino de toda la poesía he
podido observar el sentimiento de exilio en términos de desamparo,
discriminación, ruptura en un contexto de abuso, desigualdad y circunscripción
doméstica. El exilio de la familia, la pareja, mundo de la mujer tradicional,
tienen la magnitud del
exilio de una patria. La poesía entonces pasa a cumplir una función de catarsis
liberadora, de apertura para respirar, de cortar un alambrado de dependencia y
opresión, abriendo las puertas a posibilidades antes no aceptables en términos
de relaciones, preocupaciones, tabúes. Se une así a la corriente conceptual y
semántica que ataca el machismo prevalente hasta en su simbología.
Escribiéndolo, el exilio se hace
presente en la palabra nativa que no tiene traducción o en la nueva palabra
con la que uno no siente lo mismo. Así se transita de un espacio a otro, de una
generación a otra, de la hija a la madre, a la abuela, de una patria a otra.
Las palabras sin traducción nos hacen volver a nuestras raíces o a las raíces
de las nuevas palabras que usamos. La imagen de maternidad pareciera envolver
todo este desarrollo.
También sufrimientos (acaso
compartidos y expresados en creaciones poéticas inigualables), como
es el caso del
ecuatoriano Cesar Andrade y otros: “Amo los bares y tabernas/ junto al mar./
Donde La gente charla y bebe/sólo por beber y charlar”. Hay poetas que se han
exiliado en alcohol, drogas y otros elementos causantes de situaciones: “Donde
Juan Nadie llega y pide/ su trago elemental,/ y están Juan Bronco y Juan
Navaja/ y Juan Narices y hasta Juan Simple/ el solo, el simplemente Juan”
(Guillén 167).
Exilio e inspiración
La experiencia de exilio, en su más
amplia acepción, acompaña y condiciona la inspiración. En la mentalidad de los
griegos el poeta sufría un vaciamiento de sí mismo para ser conducto poseído
por los dioses que hablaban bellamente por su intermedio con cierto suave
furor. En el otro extremo: Huidobro y su escuela creacionista que considera al
poeta un pequeño Dios, que fuera del
mundo que existe crea el que debiera existir, como lo expresó en su Manifiesto y en 1921 durante
su Conferencia sobre la poesía en el Ateneo de Madrid.
El
fatalismo de la expresión poética en forma inesperada refleja siempre un
enajenamiento, ya sea de uno mismo, de lo exterior o de algo casi indefinible,
que con falta de precisión, experimentamos como trance, Musa, espíritu u otra cosa
(proceso, divinidad personificada, universalismo, sustantivo grotesco). El
subjetivismo moderno justifica que en el escaparnos de lo que es, nos llevemos
en nosotros mismos lo que queramos y, de este modo, podamos crear lo que se
nos ocurra o simplemente partamos de la premisa que solo existe lo que creamos.
Independientemente de la tendencia intelectual, se constata que el poeta hace
el poema (su mundo) y el poema hace al poeta. En otras manifestaciones, este
escape fluye de una situación dualizante de conflicto hacia una unidad que
pueda resolver la partida o, mejor dicho, la partición. Siendo el poeta un
intrínseco desterrado, como
el hombre mismo, tiene en su propia dualidad unida, la fuente de inspiración,
en configuración con Dios, la Historia y otras influencias elementales. En la
unidad de su yo, existe el otro, la dualidad existencial y conflictiva que
genera la continua búsqueda y admiración. Como
dice Octavio Paz: “La otredad está en el hombre mismo” (1967: 176). De allí
que el poeta no sólo sienta necesidad de desterrarse del mundo sino también de
él mismo; así el poeta se fuga y, en definitiva, rebeldemente se aniquila, el
“Yo es tú”, el tú de los versos en que el lector existe, la amada en la que el
amante se ha transformado. Otro destierro se ha consumado y el círculo completa
la comunión de la palabra poética.
¿Retorno?
Nunca retornaremos del exilio que somos. El pan que se deja
allá, incluso las migajas que nos acompañan en el viaje miserable, siempre será
más sabroso que lo que se come aquí donde sea que este aquí se sienta. El
regreso como el
exilio son invenciones o realidades permanentes. El poeta continuamente muere
y resucita en el mundo que crea a partir de sí mismo, de su soledad acompañada y fértil.
El exilio puede ser una historia,
una vida, un viaje que nunca termina, una creación tan fuerte como cualquier
otra creación, un estado de ánimo y, en cada caso, una evocación, un traer
cerca una lejanía, un sentir lejos una cercanía, una transformación para otro
recuerdo. Este alejamiento voluntario o forzado de una tierra, de una cultura,
de sí mismo, de los otros, de amores, de todo y de nada, ese nato sentimiento
lleno de vacío y ausencia, condiciona de por vida el poder expresivo del poeta y es también
su retorno. Por nuestro mismo origen, todos somos, de algún modo, voces del exilio.
NOTAS
[1] Luis Alberto Ambroggio. Introducción al poemario Poemas
Desterrados. (Buenos Aires: Academia Iberoamericana de Poesía, Alicia
Gallegos Editora, 1995). 9-17.
2 A veces titulada también “Oda a la vida retirada”, una
de cuyas versiones puede verse en Floresta de rimas antiguas castellanas, por
Juan Nicholas Böhl de Faber. Hamburgo: Perthes y Besser, 1821.
3 Consigna
del periódico Patria que funda
en Nueva York José Martí el 14 de marzo de 1892 con el fin de fomentar la
independencia de Cuba y Puerto Rico.
OBRAS
CITADAS
Arancibia,
Juana Alcira. Porque es de piedra el corazón de todo. Buenos Aires: Ayala Palacio, 1993.
Blecua, José
Manuel. Poesía de la Edad de Oro. Tomo
I. Madrid:
Clásicos Castalia, 1987.
Benedetti,
Mario. Inventario Uno. Buenos
Aires, Seix Barral, 1993.
---. Inventario
Dos. Buenos Aires:
Editorial Sudamericana, 2001.
Gelman,
Juan. Interrupciones 2. Buenos
Aires: Seix Barral Ed., 1998 (1a ed. 1986).
---. Otromundo,
Antología 1956-2007. Madrid:
Biblioteca Premios Cervantes, 2008.
Guillén,
Nicolás. Summa poética. Madrid:
Cátedra, 1977.
Huidobro,
Vicente. Obras completas. Prólogo de Braulio Arenas. Santiago de Chile: Empresa Editora Zig-Zag,
1964.
Neruda,
Pablo. Canto General. Caracas:
Fundacion Biblioteca Ayacucho, 1981.
Paz,
Octavio. The Collected Poems of Octavio Paz 1957-1987. Eliot Weinberger,
ed. Nueva York: New Directions, 1987.
---. El
arco y la lira. Fondo de Cultura Económica, 1967.
Pizarnik,
Alejandra. Textos de sombras y últimos poemas. Olga Orozco y Ana Becciú,
eds. Buenos Aires:
Sudamericana, 1986.
Vallejo, César. Poesía completa. La
Habana: Biblioteca de Literatura Universal, Casa de las Américas, 1988.