Ian Welden,chileno desde Dinamarca

El noble oficio del exilio

En Dinamarca los hombres y mujeres que solicitan asilo político debido a persecución en sus países de origen son sometidos a una fría y cínica incredulidad acerca de sus reales motivos por algunos sectores de la población danesa.

Qué clase de persona es usted
capaz de creer ciegamente
que abandoné mis amadas cordilleras
pintadas de oro por una loca luna de verano;
mi profundo y amistoso hogar
inundado de sol, colores y voces;
mis dulces huellas olvidadas
en el jardín de juegos de mi escuelita;
mi cálida y silenciosa madre
con su perfume a pan recién horneado
y flores frescas recién cortadas;
Los secretos placeres de mi amante;
las gloriosas y sinceras risas de mis amigos;
los excitantes y afrodisíacos vapores
de mis alimentos y mis condimentos;
la conmovedora simplicidad
de llorar en mi propio idioma;
la reconfortante curiosidad
y sana promiscuidad de mis vecinos,
por un humilde cheque de cien dólares al mes,
una fría, húmeda y solitaria habitación
en un olvidado y derrumbado ghetto
del sector de los narcómanos
mendigos y gangsters de Copenhague?

Ernesto Livon- Grossman, de su libro Geografias imaginarias

"History is itself a real part of natural history, of the transformation of nature into man" (Marx). Inversely, this "natural history" has no actual existence other than through the process of human history, the only part which recaptures this historical totality, like the modern telescope whose sight captures, in time, the retreat of nebulae at the periphery of the universe. The Society of the Spectacle. Guy Debord

INTRODUCCIÓN

A pesar de que la literatura de viaje del siglo XVI al XIX es extensa como los territorios y las travesías de las que se ocupa, hay pocas zonas tan inhóspitas y de tan difícil acceso que como la Patagonia hayan sido capaces de atraer, a lo largo de los últimos dos siglos, semejante interés y producción narrativa. Atractivo que, en el caso de los viajeros no argentinos, se debe en parte a que estas narrativas tratan de un territorio independiente del país del que forma parte[1] y por lo tanto por siempre disponible para ser explorado, aparentemente fuera de una jurisdicción nacional definida. Para los argentinos esa misma falta de definición nacional es también un incentivo para el viaje a la Patagonia. Y la atracción por esa zona se debe también a que se la piensa desde un principio como un espacio vacío, inhabitado, cuya vastedad muchos viajeros imaginan como un excelente escenario en el cual recrear la ilusión de un origen geológico y antropológico. La Patagonia, cualesquiera sean los límites del territorio al que se le adjudica ese nombre, ha sido desde su primera inscripción en las narrativas de viaje una zona maleable para el imaginario europeo primero y el criollo después.
Pero en el origen siempre hay por lo menos una pregunta y varias respuestas, series, interceptadas por otras series que construyen a la manera de una red la historia literaria de una tercera parte del territorio argentino que hoy conocemos como Patagonia. Estas lecturas buscan trazar las correspondencias entre la literatura de exploración y viaje dedicadas a la Patagonia y la incorporación legal y simbólica de ese territorio a la nación argentina. Correspondencias que abarcan entre otros temas el relevamiento geográfico, la Conquista del Desierto y los conflictos limítrofes de una zona que a fines del siglo XIX aun estaba parcialmente bajo control indígena. De hecho, las relaciones con los Tehuelches y Mapuches, dos de los grupos indígenas más importantes de la zona, fueron al menos hasta su exterminio a fines del siglo XIX, un elemento determinante de estas narrativas fundacionales. Por lo tanto en esta trabajo tendrán preponderancia las narrativas de viaje que se ocupan de la exploración y desplazamiento[2] de la frontera que separaba Buenos Aires de la parte sur del territorio argentino. Relatos que por su influencia sobre otros viajeros y su contribución, directa o indirecta, a los diversos intentos por establecer la idea de nación tienen un carácter fundacional. A su vez, esta fundación contiene desde su primera manifestación un doble mito, el de la región como un territorio primigenio y tierra de nadie, y el de ese territorio como parte integral de la nación.
Al principio de esta serie de narraciones gran parte de los textos tienen un tono naturalista, una mezcla más o menos híbrida de etnografía, botánica, relatos de caza y aventuras de viaje[3]. Sin embargo, es posible decir que como regla general las narraciones que construyen el mito patagónico pierden progresivamente sus ambiciones científicas a medida que el naturalismo del siglo XVIII y XIX se separa en discurso científico y literatura de viaje. Buena parte de la literatura del relevamiento patagónico es contemporánea al desarrollo de un modelo científico positivista que busca la objetividad desprovista del tono confesional e intimista que se asocia a una crónica de viaje. En este contexto la literatura de viaje patagónica se presenta, en el pasado y quizás aun hoy, como un bricolaje. Un ensamblaje de observaciones que van desde la descripción de los hábitos alimenticios de los guanacos, hasta el descubrimiento y clasificación de nuevos especímenes botánicos pasando por las minucias de la vida de campamento hasta el juicio moral sobre las costumbres indígenas.
La insistencia y el énfasis de los temas varían; la mirada del viajero cambia en el transcurso de cuatro siglos de literatura de viajes dedicada a la zona. Sin lograr una distancia cismática tan completa entre el discurso narrativo y el científico como fue el caso de la separación de la biología o la geología de la literatura de viajes, la etnografía en cambio es una disciplina cuyos temas parecen resistir su compartimentalización y se encuentran presentes en prácticamente toda la literatura de viaje patagónica. El interés por los habitantes de la zona es una constante no siempre explícita en la justificación de estos viajes pese a que buena parte de las descripciones se concentra en la vida de los indígenas, sus métodos de caza, sus relaciones ínter tribales y, por supuesto, sus lenguas. Esto se comprende en parte porque la etnografía como disciplina no se separa de las ciencias naturales hasta fines del siglo XIX. También, en parte, porque el silencio, el tratamiento oblicuo de lo indígena funciona como un punto ciego, aquello que por ser problemático se trata como accidental o con dificultad y que, quizás por eso mismo, persiste.
El interés por la Patagonia, que se reactiva periódicamente con la publicación de trabajos periodísticos y de ficción, ya es parte de una larga tradición que comienza con los primeros viajeros españoles, portugueses y británicos y que se ha mantenido cíclicamente presente en la cultura británica tanto como en la argentina. De Antonio Pigafetta a Martínez Estrada pasando por Charles Darwin, George Musters y Francisco P. Moreno la continuidad del tema llama la atención en contraste con la ausencia de una crítica que trate a estos textos como un conjunto[4]. Y el corpus que forman estas narrativas de viaje llama la atención tanto por su valor histórico como por su volumen. La historia de un país es, entre otras, la historia del desplazamiento de sus fronteras y de su definición como territorio. Posición complicada porque en la idea misma de frontera ya existen dos lados, una doble narrativa, un orden de la realidad diferente a cada lado de esa línea divisoria. Y cada una de estas conforman otras historias que a su vez se ramifican o se truncan y dejan sin embargo un punto de partida para la próxima narrativa. Van creando un tejido que cuanto más se esfuerza en establecer una división entre lo indígena y lo europeo, como es el caso en las narrativas de la Conquista del Desierto, más termina afianzando esta conexión.
La representación de la Patagonia está directamente ligada a los desplazamientos de la frontera, siendo un espacio que el gobierno de Buenos Aires considera argentino, es decir parte del territorio nacional, pero a la vez sin una representación efectiva del estado. Trescientos cincuenta años después de la llegada de Solís al Río de la Plata en 1516, la Patagonia seguía siendo una zona sin asentamientos europeos ni criollos importantes. Esa diferencia o intersticio retrasa el cierre del mapa de la nación[5]. Es la que permite la coexistencia de por lo menos dos literaturas: la argentina y la inglesa, y da lugar a una serie de intercambios que ocurren en por lo menos tres lenguas, el castellano, el inglés y que de forma alternada incluye a las diferentes lenguas indígenas, entre otras la Tehuelche y la Pehuenche.
Las relaciones que la literatura de viaje dedicada a la Patagonia tiene con la historia política del país es uno de mis puntos de referencia para establecer el imaginario social asociado con las expediciones civiles y militares que fueron tan importantes para la formación de una idea de nación y la consolidación de un estado central. Relación paradójica porque si el proyecto de nación necesitó ocupar militarmente territorios tan distantes de Buenos Aires como el Chaco y la Patagonia para poder afianzar ese centro luego se tornaría indiferente a su colonización y desarrollo.
Es tentador ver una correlación entre el proyecto de modernidad de los centros urbanos como una fuerza inversamente proporcional a la colonización e incluso la explotación de la Patagonia: cuanto más avanza el desarrollo industrial del país menos atención se presta a la zona que los argentinos refieren eufemísticamente como el Sur[6]. Durante el siglo XX la representación de la zona se vuelve cada vez más abstracta y mitificada. En la medida en que los recursos y el desarrollo económico del país se concentran en Buenos Aires y las otras grandes ciudades, la colonización de la Patagonia se transforma en un proyecto cada vez más lejano y menos concreto, idealizado. Ese mito, que como todo mito ha quedado vaciado de historia, prometería ilimitadas posibilidades en un paisaje que tanto en el imaginario argentino como en el británico se piensa como sublime e incluso utópico. Es difícil considerar la continuidad de esa idealización como parte de la vida cultural argentina sin pensar sin esos cuatro siglos de literatura como un factor importante para la imagen de la Patagonia[7].
La motivación intelectual de la gran mayoría de los viajes a la Patagonia se origina en el esfuerzo por extender los límites de un saber científico, que al menos en sus orígenes, está directamente asociado a la estructura colonial británica y española. En los viajeros argentinos, en cambio, este proyecto científico se pone al servicio de la consolidación del estado y la reafirmación de la soberanía nacional, de ahí que sus viajes sean posteriores. La estrategia de relevamiento que se encuentra en las narrativas británicas es similar, aunque no idéntica, a la de los argentinos. En ambos casos se trata de constituir grandes bancos de datos y establecer una clasificación de información y objetos que permitan un control de la zona por medio del relevamiento topográfico y etnográfico. Pero los viajeros argentinos muy pronto quedan asociados a la campaña militar que a fines del siglo XIX inicia la construcción de un sistema de comunicaciones y fortines en vistas a una ocupación más permanente. Es sobre esta misma empresa, que es a la vez relevamiento científico y campaña militar, se van a fundar nuevos museos de ciencias naturales y reorganizar las primeras colecciones científicas que le preceden. A la vez estos archivos, colecciones de piezas geológicas, dioramas, herbarios, serían aquellas que permitirían formular las leyes civiles que legislan la región y las naturales que justificarían sus límites internos y externos. A la etapa que precede la Conquista del Desierto, aquella que inicia el archivo pero que aun no es capaz de ofrecer una imagen completa o general de la región, le corresponden viajeros como Antonio Pigafetta, Thomas Falkner y Charles Darwin.
La segunda etapa trata de completar lo que hasta el momento se había presentado sólo parcialmente. Fragmentos de mapas, relevamientos incompletos a la espera de un nuevo grupo de viajeros que en un mismo gesto van a emitir el certificado de defunción de las comunidades indígenas y establecer un relevamiento oficial tras la llamada Conquista del Desierto. Después de todo, nombrar los lugares y establecer los mapas de la zona son actividades que forman parte de una misma campaña gubernamental de ocupación que hace el relevamiento oficial de la región tras la campaña de Roca una manera de evaluar el botín de guerra. De este segundo momento, de esta ocupación mediada por el viajero oficial, son buenos ejemplos Estanislao Zeballos, Ramón Lista, Roberto Payró y muy especialmente Francisco Pascasio Moreno.
El tercer estadio, del que se puede decir que aun no ha terminado, se caracteriza por la metaforización del territorio patagónico, la recuperación de aquella naturaleza que había sido sinónimo de lo vacío y la identificación de ese territorio como el repositorio del futuro de la nación. Este tercer momento de la serie que propone este libro es aquel en el que se han reducido los obstáculos que impiden el ejercicio de una autoridad política y legislativa centralizada por la desaparición de las poblaciones indígenas y el establecimiento de una primera población rural criolla. El relevamiento físico definitivo del territorio, y la sanción de una legislación que ayude a fundamentar la soberanía argentina sobre la región, coincide con esta última etapa de mitificación de la zona. La región ya no se presenta como la barbarie, inexplorada y desierta, se ofrece en cambio como metáfora del porvenir, el territorio donde aun se pueden encontrar las oportunidades para llevar a cabo lo que no fue posible en otras regiones de la Argentina. A este tercer momento corresponden las narrativas de Guillermo Enrique Hudson y Ezequiel Martínez Estrada. Se podría argumentar que Hudson extiende esta etapa a otros escritores de habla inglesa que habrán de visitar la Patagonia en la segunda mitad del siglo XX, como es el caso de Paul Theroux o Bruce Chatwin, y estos a su vez serán el punto de partida para nuevas narrativas argentinas. Es posible ver un movimiento de vaivén que va entretejiendo, a lo largo de varias generaciones, una trama hecha de narraciones que en algunos casos no tienen otra justificación que revisar la de un viajero anterior[8].
Esta cronología de viajeros británicos y argentinos se remonta hasta el momento del primer encuentro entre aborígenes y europeos, encuentro que da como resultado el bautismo de la zona y su incorporación a los atlas europeos. La importancia de esta genealogía reside en que algunas de las características de esas primeras narrativas, cierta hiperbolización de las primeras descripciones, reaparecerán a lo largo de los próximos trescientos años como características más o menos constantes de la zona. Las múltiples historias que se suceden refuerzan o cuestionan estas primeras descripciones y de una manera acumulativa las incorporan. El reconocimiento de estas narrativas fundacionales le dan al mito patagónico una vigencia y consistencia tal que a fines del siglo XIX vuelve a rescribir el mito desde tantos puntos de vista como viajeros recorren el territorio. Casos como el de Florence Dixie que organiza su propia narrativa (Across Patagonia, 1881) a partir de la de George Musters (At home with the Patagonians, 1871) Guillermo Enrique Hudson para quien Darwin es un importante punto de referencia del mismo modo que más tarde el mismo Hudson lo será para Bruce Chatwin. Este efecto acumulativo, encadenado, de las historias que dan cuerpo al mito es una de las razones de su supervivencia.

El Género
Al establecer la serie de viajeros que conforma esta investigación surge inevitablemente la pregunta por el género, ¿qué es lo que define una narrativa de viaje? ¿Cuáles son sus elementos constitutivos? ¿Cómo reconocer una narrativa de viaje cuando uno se encuentra frente a ella? ¿Qué es lo que tienen en común narrativas tan dispares como las que se dedican a describir la Patagonia a lo largo de cuatro siglos? Clifford Geertz ofrece, en Works and lives, un buen punto de partida:
[a travel book always aserts:] I went here, I went there; I saw this strange thing and that; I was amazed, bored, excited, disappointed; I got boils on my behind, and once in the Amazon...—all with the implicit undermessage: Don’t you wish you had been there with me or could do the same? (Geertz 1988 P. 33-34)

Pero esta respuesta se vuelve insuficiente cuando se trata de una serie que, como la que presento en esta trabajo, atraviesa varios siglos y diferentes lenguas. Serie que abarca posiciones tan distantes respecto de las estructuras de poder como las que existen entre un científico inglés enviado por el gobierno británico para recoger y anotar “todo lo que valga la pena ser registrado”, un viajero argentino interesado en llevar a cabo un relevamiento de la zona para resolver un conflicto de límites o entre aquellos dos y la narrativa de un navegante italiano del 1700. Todos ellos comparten la caracterización de Geertz y sin embargo, ¿cómo dar cuenta de sus diferencias culturales, lingüísticas e históricas sin disociarlos de la serie que los nombra?
El lugar, la Patagonia, el espacio hacia el cual se viaja y sobre el que se escribe, es sin duda un elemento en común. Otro criterio presente en esta selección son las conexiones textuales. Las referencias a narrativas anteriores y que en más de un caso se invocan como autoridad o se citan para corregirlas y que, en una visión de conjunto, constituyen relaciones de complementariedad y dan una idea evolutiva de corpus[9]. Otro criterio que une estas narrativas es su interpretación del paisaje, su caracterización del espacio patagónico, con relación a la historia del país o la historia de las relaciones internacionales que condicionan la representación de la Patagonia. Es decir la inscripción de un cierto tipo de discurso en un marco histórico que permita ver la relación entre los cambios políticos de la Argentina, la representación de la zona y su conexión con una historia del género.
Daniel Defert (1982) ya ha señalado que antes del siglo XIX la literatura de viaje no era un género sino una de las sumas culturales, políticas, económicas, legales y religiosas, de un período dedicado al descubrimiento y relevamiento de los nuevos continentes. Desde la perspectiva de Defert son tres los componentes de este tipo de literatura que se mantienen constantes aunque con diferente énfasis a través de los siglos:
In order to understand the rules of observation peculiar to this literature, one must rediscover which techniques constituted the art of traveling. Historically speaking, the voyage, the collection of curios, and the field trip have, each in their turn, been predominant. From this point on it is not simply the content of observations that has changed but their principle of production and organization. (P. 12)

En las primeras narrativas de viaje se trata, como en el caso de Pigafetta y en cierta medida de Thomas Falkner, de informes que funcionan como documentos que invitan a la colonización, a la inversión económica o a la ocupación militar. Y aunque el carácter original de estos viajes, las primeras visitas al territorio, dan lugar a cierto tono hiperbólico, a ciertos gigantismos retóricos, estas narrativas nunca olvidan sus obligaciones para con quienes financian esos viajes y preservan su funcionalidad política y militar. Esta aparente hibridez, consecuencia de su carácter de suma cultural, da como resultado lo que hoy llamaríamos la contaminación ficcional del informe científico. Pero la falta de especificidad de estas narrativas que aparentemente lo abarcan todo, cambia a partir de las innovaciones tecnológicas[10]. La creación de nuevos elementos de medición, astrolabios, brújulas y la disponibilidad de cartas más precisas de navegación, relevan a la crónica de viaje de su función de bitácoras de navegación. De tal manera que estos nuevos dispositivos tecnológicos expanden las posibilidades narrativas al separar el registro de cálculos astronómicos y matemáticos de la descripción de los nuevos territorios.
Permanecen sin embargo ciertos hábitos discursivos, una tendencia a la enumeración y al orden cronológico, propios del estilo “primero sucedió y esto luego aquello”, que era común en los registros de navegación. Esto a su vez contribuye a que las primeras narrativas no cuenten con un análisis sistémico que, como en el caso de Falkner, tienden a la constitución de largas listas de plantas, accidentes geográficos, características climáticas, acompañados de mapas que son en sí mismos ejemplos de enumeraciones. Los habitantes, no sólo su distribución demográfica, tampoco escapan a la enumeración. Así también ellos son descritos en términos de características físicas, hábitos alimenticios, costumbres religiosas sin una caracterización que trate de presentar este cúmulo de informaciones como una visión unitaria. La otredad de los indígenas que pueblan la Patagonia no siempre genera en las primeras narrativas una reflexión sobre su condición como sociedad y queda limitada por un cierto carácter pragmático. Se los describe con miras a su utilización en futuras relaciones políticas o militares. Comenta Defert:
First of all, in these descriptions we are dealing not with landscapes or societies but with entities that have meaning only for diplomatic strategy. The beauty of a bay is its capacity for receiving a fleet; the majesty of tall trees indicate their usefulness for repairing mast; landscapes speak of occupation as do the affability or the scars of the natives. Nations are identified in terms of their languages, their territories, their chiefs, their traditional friendships and enmities…. This minute observation of diplomatic strategies does not derive from knowledge and techniques any different from those required for the functioning of the European powers. (P. 14)

Sin embargo, esas descripciones acumulativas, en sí mismas archivos, que volverán a ser utilizados en el futuro en intentos más sistemáticos, son parte de proyectos políticos de dominación claramente identificables. Colecciones que formarán bancos de datos, bibliotecas interesadas en acumular información sobre pueblos desconocidos y que a través de la imprenta y la expansión colonial cambiarán la visión que la cultura europea tiene del mundo. Esta literatura de viaje excede la fascinación por lo exótico. Durante el siglo XVIII y XIX se transforma a la vez en incentivo y material técnico para la expansión de los diferentes poderes coloniales que se sirven de ella para evaluar las superficies a distribuirse. Estas descripciones se vuelven un fenómeno extendido en la cultura europea y modifican la visión de conjunto del mundo conocido al incorporar otras culturas y otras geografías en la formulación de una teoría geopolítica.
Los siglos XVIII y XIX, preocupados con el surgimiento de la nación estado, son testigos de una importante diversificación de estas narrativas. Sus objetivos difieren dependiendo de la región que está siendo explorada de tal manera que cada narrativa modificará sus ambiciones interpretativas dependiendo de la zona de la que trata. Esta especificidad es una condición compartida tanto por los viajeros europeos como por los criollos. En muchas de estas narrativas de viaje el objetivo es producir un relevamiento del sistema político de un determinado país a los efectos de comprender su funcionamiento social y establecer una estrategia diplomática o militar con miras a futuras relaciones comerciales o políticas. Pero la posibilidad de este objetivo presupone el reconocimiento en esas otras culturas de una estructura política y social que justifique la validez de un esfuerzo diplomático. Cuando, como es el caso de la Patagonia, la valoración de una región implica la carencia de esa estructura, léase de un estado, comparable a la que posee la cultura del viajero, las narrativas cambian de óptica y optan por una representación en la cual las naciones indígenas son presentadas como una extensión de la naturaleza.
A fines del siglo XIX este cambio de óptica, el cual afecta tanto a la producción criolla o como a la europea, da como resultado que la narrativa de viaje privilegie las ciencias naturales. El género tiende cada vez más hacia las ciencias biológicas y, al igual que el museo, propone la fusión de naturaleza y etnografía. Esta fusión es la que permitió que algunos de estos viajeros asociaran bajo un mismo techo un poncho yámana, los huesos de una ballena y un coihue petrificado. En este punto en que me gustaría regresar a la aseveración de Daniel Defert según la cual más que un género se trataría de un complejo sistema de representaciones culturales. En la medida en que, a pesar de esta hibridez, la literatura de viaje logra definir un nicho propio en el campo de la etnografía nunca pierde esa complejidad a la que alude Defert. La mirada inclusiva de ese viajero, para el que nada le es ajeno, genera descripciones que no son sólo utilitarias. La literatura de viaje genera a partir del siglo XIX extensos comentarios en los cuales los indígenas quedan incorporados como parte integral del paisaje, o sea que se transforma en una investigación etnográfica con aspiraciones cosmogónicas. Ya no se trata de ofrecer un listado de accidentes geográficos sino una visión cultural de la zona. La literatura de viaje se desplaza así de una especificidad biológica al campo de la antropología cultural[11]. La hibridez de ese sistema de representaciones culturales se debe al hecho de que la literatura de viaje depende de “lo factual”, es decir de las observaciones siempre subjetivas del viajero. El género nunca ha podido desprenderse de este elemento subjetivo abriendo la posibilidad para una inmensa gama de interpretaciones, tantas como viajeros recorran la zona.
Sin embargo la actividad de viajar es una posibilidad limitada a cierto estrato social. El inmigrante, el trabajador golondrina, no son viajeros en el sentido del que recorre por placer o curiosidad con la intención de regresar a un punto de partida. El viajero que da origen a la literatura de viaje es, al menos desde el siglo XVIII en adelante, parte de una cierta clase social, no sólo porque necesita los medios para poder financiar el viaje o conseguir que una institución (el estado, la universidad, el museo) lo financie, sino porque el concepto del viaje como una posibilidad de distanciamiento político o como búsqueda personal requerían, y quizás aun hoy sigan requiriéndolo, la existencia de un individuo con los medios culturales como para ofrecer esa visión. Esta suerte de restricción social tiene como consecuencia que la mayoría de los viajeros del siglo XIX y principios del XX sean parte de la misma clase social, y que por lo general estén directamente conectados con el gobierno o con instituciones culturales, militares, políticas que hacen que el género quede asociado al aparato del estado. Basta mencionar cuatro ejemplos dentro de la literatura de viaje patagónica para ver la relación del género con el poder: Lady Florence Dixie y Charles Darwin, la primera, parte activa de una aristocracia política británica, el segundo miembro de un grupo económico con acceso directo a la elite cultural, en este caso Cambridge. Entre los argentinos Francisco Moreno que llega a ser senador nacional y antes que él, Estanislao Zeballos que se desempeñó como ministro de relaciones exteriores del Presidente Roca. La lista podría extenderse hasta incluir a casi todos los viajeros de la época.
El impacto político de estos viajeros no se manifiesta sólo en la esfera cultural. Muchos de estos textos se escriben para el estado, ya sea que se trate de un informe militar o un relevamiento topográfico para el establecimiento de un centro de producción agrícola. La literatura de viaje oscila entre la narrativa personal y las obligaciones institucionales. En el marco de la Conquista del Desierto estas narrativas de viaje desarrollan una visión, según la cual los indígenas son parte integral del paisaje y por lo tanto deben ser, como el territorio mismo, subyugados para dar paso al progreso y a la nación-estado. Este es el momento en el cual la narrativa de viaje y el informe gubernamental se funden no para contar sobre remotos paisajes que son parte de un proyecto imperial sino para describir los caminos que rodean las inmediaciones de la propia ciudad, aquellos que permitirían unir el fragmentado mapa de la república. Definida la nación y exterminados los indígenas se inicia en las narrativas patagónicas un proceso de simbolización, por el cual el viaje físico, la aventura de exploración, pasa a un segundo plano. Y en cambio se enfatiza la metaforización del territorio patagónico, destinatario y punto de partida de ambiciosas aspiraciones económicas y políticas.

La literatura de viaje y el proceso de formación de la nación
La desigualdad que caracteriza las relaciones coloniales no sólo se manifiesta en el hecho de que las colonias son vistas como inferiores con relación a sus recursos económicos y militares sino también en la percepción de que las sociedades coloniales no poseen el mismo grado de complejidad política. Culturas que estando supuestamente atrasadas respecto de una idea de modernidad condicionan la mirada del viajero y sus narrativas. Esto permite comprender el grado de ansiedad de los nuevos gobiernos americanos por llevar a la práctica una idea de nación sobre la base de un estado moderno a la imagen y semejanza de los europeos. Para los intelectuales criollos, participantes activos de esa definición nacional, no se trataría de una mera copia sino de establecer un modelo equiparable; capaz de negociar en pie de igualdad con Europa pero consciente de sus diferencias.
Los esfuerzos hispanoamericanos por adaptar un modelo europeo de modernidad generan una constante reflexión sobre las particularidades de lo americano. En el caso de la Patagonia la reflexión gira alrededor de las contribuciones potenciales que la región haría a la nación y al mundo. La llamada lucha contra el indio se narra no sólo como un movimiento progresista en función de los intereses del país, el fin de la barbarie, sino también como el cumplimiento de un destino que contribuiría al bienestar de la humanidad. Esta visión mesiánica la encontramos aun en viajeros que como Estanislao Zeballos manifiestan con repetida intensidad su simpatía por los indígenas y la necesidad de una integración social. Zeballos, quien ocupara el cargo de ministro de relaciones exteriores durante la presidencia de Juárez Celman, y que como otros viajeros criollos, escribe desde o en colaboración con la institución militar, es el autor entre otros libros de La conquista de quince mil leguas (1878). Zeballos lo presenta como un manual para aquellos que lleven a cabo la lucha en la frontera, una guía de supervivencia dedicada a las tropas de Julio A. Roca. El texto es un buen ejemplo de la fusión de relevamiento militar, estudio etnográfico y proyección política. Dice Zeballos en su introducción al describir las implicancias de la campaña militar al desierto y por extensión las de su contribución:
Tal es también el plan de mis trabajos futuros, emprendidos con el deseo de cooperar a la grandiosa empresa nacional, que, una vez realizada será recordada entre las grandes campañas de la civilización que ilustran el siglo XIX.
Entonces al canal de Suez, al ferro-carril americano interoceánico, á la perforación de las grandes montañas para dar paso a la locomotora, y á la red del telégrafo que ciñe los contornos del planeta, la República Arjentina habrá añadido como obra fecunda del progreso sur-americano, la conquista de sus quince mil leguas de lozana tierra. (P. 2)

Demás está decir, es dudoso que la Conquista del Desierto sea recordada como otra cosa que un genocidio organizado para la expansión política y la consolidación económica del estado. Pero el libro de Zeballos es representativo de este proceso por el cual poco a poco la descripción naturalista hace lugar, en las narrativas criollas, para la discusión de las estrategias militares y económicas necesarias para una ocupación exitosa de la zona. La naturaleza sigue siendo elogiada como recurso y por lo tanto por su posibilidad de ser explotada. Las narrativas de viajeros como Ramón Lista, otro de los naturalistas dedicado al relevamiento de la Patagonia, Francisco P. Moreno y el mismo Zeballos incluyen en sus descripciones una valoración económica de la Patagonia. Roca suma su comentario cuando dice: “está llamada á ser un grande emporio, la metrópoli de los pueblos que espontáneamente habrían de levantarse en los valles andinos y en algunos puntos de la pampa”. Pero estas proyecciones son anteriores al exterminio indígena, de hecho son justificaciones de esa campaña militar y a la vez constituyen una extensión de la oposición civilización o barbarie. Polémica que cuanto más se afianza como emblemática de la historia política argentina del siglo XIX más acorta la distancia entre ambos términos.
Uno de los ejes de lectura que informa la discusión civilización o barbarie, y que en mi opinión condiciona la literatura de viaje patagónica, es esa preocupación por la formulación de una identidad nacional que tanto parece depender de la existencia de un estado central hegemónico. Hegemonía que en el caso de la Patagonia se traduce en la violencia del estado argentino contra los indígenas. Ernest Geller señala que la discusión sobre el estado bien puede comenzar con la definición de Max Weber según la cual el estado es el agente que, dentro de una sociedad, posee el monopolio de la violencia legítima. Geller expande esta definición al recordarnos que la institución del estado está diseñada para el mantenimiento del orden que, de hecho, es una de las invocaciones más frecuentes en la justificación del discurso oficial sobre la Conquista del Desierto. Pero esta no es la única asociación presente en este discurso ansioso por justificar la conquista elogiando el futuro de la región[12]. El concepto mismo de nación, que con frecuencia aparece asociado al del estado, no es necesariamente una fatalidad, y aunque en el presente la conexión pueda resultar obvia, es más productivo verla no tanto como algo inevitable que como el producto de cierto momento en la historia económica y cultural de una sociedad, en particular durante la etapa de desarrollo industrial. Geller critica este sentido de inevitabilidad en la asociación de ambos conceptos:
In fact, nations, like states, are a contingency, and not a universal necessity. Neither nations nor states exist at all times and in all circunstances. Moreover, nations and states are not the same contingency. Nationalisms hold that they were destined for each other; that either without the other is incomplete, and constitutes a tragedy. But before they could become intended for each other, each of them had to emerge, and their emergence was independent and contingent. The state has certainly emerged without the help of the nation. Some nations have certainly emerged without the blessings of their own state. It is more debatable whether the normative idea of the nation, in its modern sense, did not presuppose the prior existence of the state. (P. 6)

Una de las características de la literatura de viaje en la Argentina del siglo XIX es su capacidad para extender el registro naturalista, para fusionar el informe científico con el político. Escritos por viajeros, que no sólo están ligados a la esfera pública por la pertenencia pasiva a una clase, sino que son participantes activos: asesores políticos, militares, periodistas, senadores o varias de esas funciones a la vez. Esta íntima conexión con el estado y la certeza de que el futuro de la nación depende de su fortalecimiento, es el programa político con el que viajeros como Francisco Moreno, Ramón Lista, y Estanislao Zeballos dejan Buenos Aires para recorrer y escribir sobre la Patagonia.
Es a partir de este eje crítico, según el cual la existencia de un estado fuerte y centralizado es sinónima de organización nacional, que se determina la representación de los pueblos indígenas. Esto crea una diferencia de peso entre los viajeros británicos y los argentinos. Para los primeros la Patagonia es un territorio a explotar de forma directa por medio de la compra de tierras o de manera indirecta a través de un control de los productos de la zona en el mercado internacional. Pero en ningún momento se plantea la necesidad del exterminio indígena. Los indígenas pueden ser estudiados, educados, explotados o simplemente ignorados pero no se los representa como una amenaza para el proyecto colonial. Se los ve como una comunidad anterior a la de los españoles, independiente y capaz de cuestionar, por el hecho mismo de su existencia, el derecho español a esas tierras. La idea misma de una nación desestabilizada en sus fronteras puede ser mucho más provechosa para los intereses económicos y políticos de un sistema imperial que una nación en control de un territorio consolidado.
Diferente es el caso de los viajeros criollos que, como voceros del estado, ven a los indígenas como una amenaza militar que imposibilita la ocupación de un territorio en litigio con un país vecino. Pero en última instancia se los ve como el obstáculo no negociable, sinónimo de la barbarie, que impide la modernidad. En este sentido la dificultad para una posible negociación con los indígenas hay que buscarla en la dificultad de reconocerlos como una comunidad política organizada, imposibilidad que dependería de la ausencia de un estado central. La barbarie como sinónimo de cultura indígena es para el gobierno de Nicolás Avellaneda, y más tarde para el de Julio A. Roca, un problema político. ¿Cómo negociar con una estructura política inestable en tanto que descentralizada? ¿Cómo garantizar que esas negociaciones sean permanentes? Y lo que es aun más importante, ¿cómo reclamar un principio de unidad nacional y a la vez reconocer una nación, la indígena, dentro de otra nación, la Argentina?
Para Domingo Faustino Sarmiento la solución al conflicto civilización o barbarie implicaba la expansión de la ciudad, la erradicación del gaucho y del indígena. En el momento en que Sarmiento lo formula el estado no cuenta con el grado de centralización necesario para llevarlo a cabo. Para Julio A. Roca, en cambio, se trata de un proyecto cuya inmediatez surge de la expansión de Buenos Aires y de la necesidad de abrir la inmigración para desarrollar una economía industrial. Y esta urgencia es lo que incentiva la proliferación de las narrativas de viaje contemporáneas a la expedición militar. El carácter de permeabilidad de estas narrativas, al que me referí anteriormente, da como resultado momentos en los que es difícil distinguir cuándo los textos se escriben a partir de la iniciativa individual de esos viajeros y cuándo la urgencia de consolidación nacional es el motor que da origen a estas narrativas. La idea de civilización, explícita en estos textos, queda claramente asociada al desarrollo económico capitalista que va de la mano con una concepción de estado central. Sin centralización no hay control ni acumulación y es esta la lógica productiva que viajeros como Moreno o Zeballos exponen como la clave que va a permitir el desarrollo de la zona y por extensión el de la nación.
Una vez aceptada la doble premisa según la cual la consolidación de un estado central se torna en el primer objetivo nacional, y las narrativas deben estar al servicio de esa urgencia, como dice Moreno, se vuelve sumamente difícil escribir sobre tribus locales como otra cosa que “el problema indígena”[13].
Las varias narrativas de Moreno son cruciales para comprender el antes y el después de la conquista. Su carácter de testimonios de esa transición conforman uno de los momentos más intensos de la serie. La instancia de mayor contacto diplomático con los indígenas es también la que coincide con su extermino como comunidad y a la vez la que los transforma en objeto de estudio, una categoría más en el sistema clasificatorio del museo. En un mismo gesto se los elimina en nombre de la lucha contra la barbarie y se los convierte por medio del museo en un índice del desarrollo científico que reafirma la modernidad.
Mucho antes de que se estableciera el teatro evolucionista en el que viajes como el de Darwin inscriben un drama de épocas geológicas, nativos semidesnudos y plantas exóticas organizados como una cosmogonía; ya hay narrativas que intuyen que el objetivo de estos viajes sería la búsqueda de los “antecedentes” culturales y biológicos de la humanidad. Proyectos que se proponen reconstruir in situ una historia naturalizada del hombre primitivo. Esos antecedentes se leen como justificación de ese mismo sistema imperial que ha financiado los viajes, como si las teorías evolucionistas fueran también una explicación y una justificación del origen del imperio. Las interpretaciones evolucionistas de estas culturas sin estado nos las presentan como sociedades “primitivas” que quedan identificadas como una extensión de la naturaleza. Descalificadas de todo tipo de complejidad cultural, política o económica, estas culturas quedan más cerca del reino animal que de la naturaleza humana de los viajeros que la retratan.
Sería un error hacer recaer el énfasis únicamente sobre el aspecto científico de estas narrativas que durante el siglo XVIII y XIX son también parte integral del romanticismo. Narrativas que proponen representar al territorio patagónico como un espacio primitivo y así reconstruir un origen social que es una forma de revelación, revelación secular pero revelación al fin. Que a partir de la modernidad el género experimente una secularización de su discurso no significa que se haya abandonado el tono de búsqueda espiritual que era propio de las crónicas de viaje renacentistas dedicadas a narrar peregrinajes religiosos. La literatura de viaje dedicada a la Patagonia retiene esa búsqueda espiritual y aunque ha perdido la motivación religiosa mantiene una preocupación por el viaje como un vehículo de búsqueda personal.
Y es que la literatura de viaje, aun la que tiene una motivación científica, depende para su funcionamiento de un alto grado de indeterminación que es intrínseca del viaje del que deriva. Susan Sontag dice:
The romantics construe the self as essentially a traveler—a questing, homeless self whose standards derive from, whose citizenship is of, a place that does not exist at all or yet, or no longer exists; one consciously understood as an ideal, opposed to something real. It is understood that the journey is unending, and the destination, therefore, negotiable. To travel becomes the very condition of modern consciousness, of a modern view of the world—the acting out of longing or dismay.

Pero aun si aceptamos que la formación de ese yo romántico se define por el acto mismo de viajar, también es cierto que la narración de ese yo ayuda a definir el lugar por el que se viaja. Por otra parte el proceso por el cual la Patagonia como concepto existe en la literatura que la nombra, y que ya es inseparable del mito que la contiene, se inicia mucho antes del romanticismo. El carácter dramático de la intervención romántica depende tanto de la sublimidad de esa visión como de la simultaneidad con dos grandes transformaciones del paisaje patagónico: el exterminio indígena y la incorporación de la región a la nación.

Tres estadios en la literatura de viaje de la zona
En este trabajo reconstruyo la historia de la formación del mito patagónico a través de la lectura de viajeros que permite identificar los tres momentos que a mi parecer permiten aprehender la zona como un todo.
El primer capítulo se ocupa de los antecedentes no criollos de la zona. Aquellos que, a pesar de la distancia cronológica que los separa, fueron capaces de crear una complementariedad que los une. Antonio Pigafetta autor del Viaje alrededor del mundo (1520) y cronista de Magallanes moldea el imaginario europeo de la zona por medio de una economía descriptiva que ha demostrado ser mucho más persistente que las interminables enumeraciones de sus contemporáneos. En la mirada de Pigafetta la Patagonia se establece como un desierto extremo, poblado por gigantes que constituyen la imagen misma de una antípoda cultural. Como los viajes de Heródoto, a quien siempre se lo ha criticado por desvirtuar o tergiversar la representación de esos otros pueblos, distintos de los griegos, Pigafetta parece preocupado por mostrar no tanto quienes son sino la diferencia entre quien escribe y lo que ve al escribir. Pero al inscribir esta diferencia logra establecer, a la vez, un tono de exotismo cuya seducción marcará varios siglos y múltiples narrativas.
A Description of Patagonia (1774) del jesuita británico Thomas Falkner, es una obra que cumple la función de nexo entre lo nuevo y lo viejo, entre los múltiples relatos que narran el recorrido de la costa continental y el primero desde tierra firme. Escrito muchos años después de haber dejado el lugar, su escritura es modernamente fragmentaria, no sólo por la manipulación editorial de quienes se ocupan de imprimirla sino también por las intermitencias de la memoria que son también las de la narración. Falkner tiene la originalidad de que sus informantes son primeramente los indígenas a quienes se ha propuesto catequizar y a cambio de algunas conversiones los incorpora en el mapa que, dice, es la razón principal de su trabajo. De ese intercambio, que en última instancia es información geográfica por información médica, surge uno de los primeros intentos por representar a los pobladores como una diversidad y para demostrarlo Falkner los nombra y les asigna un lugar en el mapa. La narrativa de Falkner tiene la generosidad de adjudicarle, o reconocerle, a la región una cierta tridimensionalidad: después de la Description la representación de la región tiene no sólo una costa sino también un interior y sus habitantes. La Patagonia tiene así por primera vez un volumen que antes se le había escatimado.
Charles Darwin es el último de los viajeros de esta primera serie de precursores, por ser aquel que va a ayudar a preparar la siguiente etapa, la del inicio de la simbolización del territorio patagónico. Darwin ofrece un sistema interpretativo científico, una teoría de la evolución que a posteriori del viaje proyecta su aura sobre el lugar como si algo intrínseco a la Patagonia fuera capaz de producir un sistema interpretativo como el que diera origen a su teoría de la evolución. La narrativa del único viaje que Darwin hiciera fuera de las Islas Británicas también sostiene su pertenencia a un período romántico y quizás por eso mismo se transforma en una importante influencia en los viajeros criollos inmediatamente posteriores al The Voyage of the Beagle (1839). Esos otros románticos, que como Estanislao Zeballos y especialmente Francisco P. Moreno, ven en el proyecto científico una posibilidad de definir la nación a través del relevamiento del territorio y la constitución del museo.
El segundo capítulo está dedicado a la narrativa de viaje de Francisco P. Moreno que desde el punto de vista de este trabajo forma la línea divisoria que permite reorganizar la formulación del mito patagónico. Moreno no es el único criollo en recorrer y escribir sobre la Patagonia a fines del siglo XIX pero propongo que su obra posee un grado de complejidad mayor que la de algunos de sus contemporáneos. Sus varias narrativas de viaje se presentan como un proyecto simultáneamente político, científico y diplomático que logra transformar la historia de la región y del país. En parte porque Moreno escribe sobre la región antes y después de la Conquista del Desierto sus libros muestran un punto de transición en la historia de la representación de la zona. En parte también porque la diversidad de su registro, que abarca la etnografía, las ciencias naturales y la política tienen la capacidad no sólo de mostrar o describir sino de participar de los cambios que definen a la Argentina como una nación moderna.
El tercer y último capítulo está dedicado a Idle Days in Patagonia (1893), de William Henry Hudson. Propongo leer este texto como la propuesta según la cual la inmersión en el paisaje patagónico constituye la posibilidad de una experiencia de revelación personal. Me ocupo primero de algunos de los trabajos críticos que han restringido la obra de Hudson a su ambivalente filiación nacional, entre Argentina e Inglaterra, pero que no han tomado en cuenta la influencia de los escritores trascendentalistas que informan esta narrativa. Luego, al examinar la noción de wilderness propuesta en el texto, sugiero que Hudson subvierte la ecuación civilización y barbarie al revalorizar la noción de naturaleza y presentarla como el punto de partida para la recuperación de lo primitivo. Sostengo también que la internalización del paisaje, implícita en su idea de naturaleza, inaugura un nuevo tipo de narrativa de viaje por la zona.
Contrariamente a una visión de la historia como una sumatoria, según la cual cada nuevo aporte nos acercaría progresivamente a una visión cada vez más definitiva de la literatura nacional, propongo en cambio leer estos textos como superposiciones. De tal forma que más que un desarrollo lineal, esta serie de viajeros va dando volumen a la representación de la zona. Sus superposiciones e intertextualidades aumentan sus posibilidades interpretativas de quienes las leen y contribuyen a la densidad de quienes vuelven a inscribir una y otra vez el viaje a la zona. A la vez he tratado de tomar en cuenta muy especialmente las circunstancias históricas y políticas en las que estas narrativas fueron escritas. La literatura de viaje de la zona conserva un grado de especificidad tal que permite leer los textos como parte del imaginario argentino, a pesar de que las lenguas en las que fueron escritas no sean siempre ni el castellano ni las lenguas de los indígenas. Más útil que tratar de ofrecer una idea resuelta de la identidad nacional es mostrar que estos relatos de viaje ponen en escena los fantasmas de lo salvaje como sinónimo de América. El deseo común de estas narrativas por definir la región no logra resolver lo evasivo de una noción de identidad que depende tanto de los viajeros que visitan la Patagonia como del momento histórico en que se escriben.
Todos ellos contribuyen a la formación del mito patagónico como desierto, tierra de nadie, inconmensurable, poblada por gigantes que restringen el acceso a la zona en la que quizás se encuentre el paso que una los dos océanos o la prueba geológica que explique la evolución de la tierra. El mito no oculta pero distorsiona y empobrece aquello que está lleno de significado. Así los indios quedan desprovistos de su historia, transformados en gestos caracterizados como gigantes, como mansos o como violentos, como pieza de museo o como idealización de una forma de vida. Una vez vaciado el mito puede volver a llenarse según las necesidades marcadas por un momento cultural. La fuerza del mito está en su capacidad de naturalizar la historia. La colonización, el encuentro con los indígenas, en última instancia la ocupación de un territorio y lo que habrá de ser la justificación de esa guerra de ocupación requieren de ese vaciado. Requieren que se presente a la Patagonia, a los indígenas y al territorio, como un fenómeno natural cuya historia se funde con la narrativa misma del viajero. Esa naturalización del paisaje y de sus habitantes, como lo sugiere la cita de Guy Debord que abre esta introducción, adopta un nuevo sentido y problematiza las narraciones de los viajeros, cuando se los ve a través de la historia, cuando se los intenta captar como un conjunto detrás del mito.

[1] Esta percepción del territorio patagónico se mantiene hasta principios del siglo XX. Basta como ejemplo la edición de 1911 de la Enciclopedia Británica en la que se incluyen artículos separados, uno para Argentina y otro, separado, para la Patagonia. Narrativas más recientes como la Bruce Chatwin, In Patagonia o la de Paul Theroux, The Patagonian Express dependen en parte de cierta visión autónoma de la región que de otra manera implicaría entre otras necesidades un conocimiento mínimo del castellano o una idea más precisa de la historia argentina.

[2] Excluyo de esta investigación las narrativas cuyo énfasis es el viaje de caza o el turismo de aventura que no tiene aspiraciones científicas, etnográficas o políticas.

[3] Para una historia pormenorizada del género durante el período renacentista que es tan influyente para las narrativas por venir en América, ver la excelente introducción de Jas Elsner y Joan-Pau Rubiés: Voyages & Visions: Towards a Cultural History of Travel. London: Reaktion Books, 1999.

[4] Existen trabajos de investigación dedicados exclusivamente a los viajeros británicos, entre ellos el de Santos Samuel Trifilo La Argentina vista por viajeros ingleses 1810-1860 (1953) y más recientemente el de Adolfo Prieto Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argentina. (1996)

[5] En un sentido absoluto los mapas, claro está, nunca se cierran pero algunos de ellos han estado por mucho tiempo expuestos a las idas y venidas de los imperios coloniales.
[6] El interés por el sur puede servir también como una manera de historiografiar las crisis de la ciudad de Buenos Aires. Ya sea que se trate de la fiebre amarilla o de la crisis política de los sesenta, el sur parece representar el refugio interno por excelencia.

[7] Una historia de los intentos utópicos que tuvieron lugar en la Patagonia tendría que incluir, entre otros, al Rey de la Patagonia y la comunidad alternativa del Bolsón. Para una ficcionalización del primero ver La película del rey.

[8] El reciente libro de Adrián Gimenez Hutton, La Patagonia de Chatwin (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1999) es uno de los ejemplos más extremos de una narrativa que depende enteramente de uan narrativa anterior. De manera similar Lady Florence Dixie escribe Across Patagonia en gran parte a partir de la de George Musters.

[9] Aunque el mecanismo de citas y referencias ya está presente en las narrativas más antiguas, recién la segunda mitad del siglo XX cuenta con una narrativa sobre la Patagonia hecha sola de citas de viajeros anteriores. Para ese entonces el grado de simbolización del viaje a la Patagonia se encuentra tan mediado por la intertextualidad de sus crónicas de viajes que es posible publicar un libro que, como Nowhere is a place de Bruce Chatwin y Paul Theroux, presente un viaje hecho de los jirones textuales de otros viajeros. ¿Sugiriendo así que el único viaje a la Patagonia que nos queda disponible es el de la lectura?

[10] Es difícil subestimar la importancia del impacto tecnológico en la literatura de viaje cuando en un viaje que se llevó a cabo en 1999, por entre las cumbres más altas de la Cordillera de los Andes, los viajeros informaban de su viaje a diario por medio de computadoras portátiles, cámaras digitales y módems inalámbricos con lo cual el viaje se transformó en los comentarios de las imágenes que los viajeros enviaban a través del Internet.

[11] El último trabajo de James Clifford, Routes: travel and translation in the later twentieth century es un buen ejemplo de cómo redefinir el género por medio de uno de sus intereses. Clifford decide, previsiblemente desde la postmodernidad, ir en la dirección opuesta que caracteriza al fin de siglo XIX. En lugar de enfatizar la supuesta objetividad de la narrativa de viaje antropológica, prefiere deliberadamente enmarcar su subjetividad. Para un estudio pormenorizado de lo subjetivo en el discurso antropológico es de gran utilidad el texto antes mencionado de Clifford Geertz, Works and lives.

[12] La conquista del desierto se llevó a cabo durante la administración del presidente Julio Argentino Roca (1880-86), la cual coincide con el momento de mayor desarrollo industrial en la historia de la Argentina.

[13] Y este comentario alcanza no sólo a la literatura de viaje dedicada a la zona sino también a novelas que como las de Estanislao Zeballos, están preocupadas por la documentación histórica y citan poco menos que verbatim, entre otros, los partes de guerra y los comentarios estratégicos que Roca hace sobre la técnica de combate de los indígenas.

testimonio de Orel, una joven israeli



Tengo varias historias interesantes sobre mi familia en la India. En primer lugar quiero contar una historia muy alegre sobre la abuela de mi abuela .

Hace dos años mi abuela me dijo que cuando ella estaba en la India , su abuela murió a los 100 años; cuando fueron a enterrarla , ella abrió los ojos y dijo : " Dios no quiere que me muera , Dios me da otros 20 años de regalo . y 20 años después, cuando ella tenía 120 años , Dios se la llevó con él .

La segunda historia es un poco difícil de contar , acerca de mi bisabuela. Cuando vivía en la India ella fue violada por un árabe cuando estaba camino a casa .

Tras el incidente se quedó embarazada . cuando dio a luz a su bebé el árabe se lo llevó y desde ese día no vio a su bebé .

La aliá (inmigración a Israel) de mi abuela fue muy compleja y difícil , hubo dificultades de dinero .

Todas las vidas de sus cuatro hermanos y la de mi abuela fueron acompañadas por la falta de dinero. Ellos trabajaron duro para ahorrar un poco para comprar un pequeño apartamento de una habitación con seis personas dentro .

Sus vidas fueron modestas .

Solían ir a la escuela para aprender hebreo . aprendieron un profesión , se casaron y tuvieron hijos .

Y esta la cadena de eventos de mi vida familiar.




testimonio de Silvia Crochetti

El difícil manejo de las palabras y los sentimientos, hace que me resulte extraño poder precisar que significa migrar, inmigrar, emigrar…palabras, categorías, problemas sociológicos, políticos, historiográficos, nada y todo ello, es también mi propia historia, mi vida. Y centrar la mirada en uno es un camino difícil de indagar

Como tantos argentinos, crecí en un hogar con abuelos inmigrantes, vecinos, abuelos de los amigos. Palabras como calcio, salami, azzurra, fascista, al igual que Inter, Milan; formaban parte de mi universo. Las lenguas, las historias, se tejían en torno a mi mente de niña

Poco a poco percibí que mis abuelos eran italianos, y sus amigos también. Con ellos hablaba “mal”, introducía preposiciones inadecuadas, repetía con naturalidad algunas palabras, participaba de la extraña vida social de recordar fiestas patrias, héroes que no se enseñaban en la escuela.

Me sentía eufórica de mi país, la Argentina. Estaba convencida que era un lugar maravilloso y perfecto. El manual escolar estaba muy marcado en mí ¡

Los complejos caminos de mi tierra natal y de mi vida, hicieron que anclara, por un tiempo en Italia. Y ahora siento que en realidad no vengo de tan lejos. Soy de aquí,….de mi casa en La Pampa, de mi infancia. Tan lejano en el tiempo y en el espacio, pero tan cercano…si puedo reconocer palabras en la cocina, si discuto con el verdulero, si….fluyen a mi memoria tantas cosas.

Mil veces me pregunto ¿por qué? Seria simplista decir porque Roma es bella, las bibliotecas, la vida…es cierto. Pero sin duda realizo el sueño de mi abuelo materno: el quería vivir en una gran ciudad. Allá por los albores del fascismo, un joven campesino de le Marche y soñaba vivir en la ciudad capital o en el norte promisorio.

Me interpelo a mi misma ¿por qué no extraño? Podría simplificarse: actividades y medios de comunicación, en parte es válido. Pero y los aromas, los sabores, los lugares, la pasión por el Milan, las palabras en dialecto…? Los recuerdos del tío que se fue a la guerra…Es que tengo una historia en parte común con las italianas que suben al autobús, que puedo hablar de otros tiempos, y claro, opino de política, y con pasión peninsular digo: nosotros…¿Quiénes? Es simplemente que yo estuve aquí, me fui y volví.

Por ello disfruto y sufro Italia, porque me presenté “de vuelta”.

Explicar en términos históricos sería sencillo, estadísticas, políticas, crisis económicas y demás. Los recuerdos, las simples cosas, las sensaciones, la memoria, montan una urdimbre compleja, dinámica y perturbadora, que acompañan la intensidad de migrar.